(esto lo escribí a fines del 02, como con los otros articulejos, se trataba básicamente de una válvula de escape a la frustración y horror que siento por lo que pasa en el país)
La Razón de la Irracionalidad
Alguien dijo alguna vez que el infierno es la imposibilidad de la razón. De acuerdo a esta definición, la Argentina del 2002 constituye un ejemplo de libro de texto. Debemos admitir que como país y como sociedad no nos hemos privado de nada en el campo de lo irracional: comerciamos con los enemigos de nuestros principales socios comerciales durante la Primera Guerra Mundial; fuimos pro nazis durante la Segunda y antinorteamericanos durante la guerra fría; adoptamos el fascismo cuando esta ideología desaparecía del mundo; por décadas, nuestro mayor objetivo de política exterior fue el liderazgo del grupo de países “no alineados”; en la década del 80 tuvimos una guerra contra la OTAN.
La lista de actos irracionales podría continuar por páginas, incluyendo las proscripciones y la violencia política, el terrorismo de estado y las frecuentes violaciones de los derechos humanos y las libertades civiles. En la gran mayoría de los casos, estas políticas se llevaron a cabo con el apoyo explícito o el silencio cómplice de amplias mayorías de la dirigencia, intelectuales, analistas y opinión pública de la época, fueron puestas en práctica con auténtico entusiasmo, convencidos de que se trataba de otra gran genialidad con la que nos salvábamos y sin tener la menor idea de cómo se volvía.
La aventura irracional actual toma la forma de la declaración de no pago de la deuda pública del país, en el medio del jolgorio generalizado en la Asamblea Legislativa, la devaluación y pesificación, la violación sistemática de todos los contratos de la economía, la confiscación de los depósitos bancarios y de las reservas del Banco Central y la brutal transferencia de ingresos desde los sectores de menores recursos hacia los grupos con poder de lobby. No hace falta ser un agudo analista de la realidad argentina o adivino para saber como termina esta película, ya la hemos visto antes: la actual conducción económica obtiene un premio Nóbel por cambiar el paradigma del desarrollo vigente en el mundo o debemos retomar el camino de volver a hacer de la Argentina un país medianamente normal.
Es muy preocupante que todas estas cosas sigan siendo posibles en Argentina, pero lo más peligroso es la forma en que por lo menos gran parte de la opinión pública las han tomado. No es novedad que la pasividad es uno de los rasgos más salientes de la sociedad argentina, pero es llamativo el grado de resignación, y hasta alivio, con que mucha gente acepta este nuevo atropello. La sensación es que, lejos de indignarse, muchos se sienten más cómodos con la vuelta a las andadas. Al fin y al cabo, un país más serio, más integrado al mundo, más expuesto a la competencia nos impone un nivel de exigencias mucho más alto como personas y como sociedad. Tanto o más preocupante que lo anterior es el hecho de que como país, como sociedad y como individuos creamos que es posible construir algo positivo a largo plazo sobre la base de la estafa generalizada y sistemática de propios y extraños. Según esta postura, todo este saqueo no tiene costos ni consecuencias y, como por arte de magia, las deudas desaparecen si las ignoramos.
Sería interesante preguntarnos qué le espera a una sociedad cuando personas educadas sostienen que en realidad garantizar el derecho de propiedad no es fundamental para el desarrollo, que está bien no pagar las deudas, que el cambio arbitrario y unilateral de los contratos no tiene incidencia en la seguridad jurídica, que aparentemente hay "atajos" para el desarrollo y no es necesario hacer las cosas cada día mejor. En otras palabras ¿es posible combatir racionalmente un conjunto de ideas y creencias irracionales?
Lo que nos espera como país depende en gran medida de la respuesta que tenga la pregunta anterior. Si la respuesta es afirmativa, todavía tenemos la oportunidad de convertirnos en un país serio algún día. Si la respuesta es negativa, viviremos bajo el riesgo constante de ver cuándo se produce el nuevo disparate que nos saque del mundo, tal vez para siempre.
Tanto las personas como las sociedades actúan racionalmente de acuerdo a los incentivos, de modo que tarde o temprano el país dejará la realidad paralela en la que estamos viviendo, volveremos a algún grado de racionalidad y nos daremos cuenta del nivel de disparate en el que hemos vuelto a caer. Es necesario cuanto antes y de una vez por todas decidir qué proyecto de país queremos y actuar en consecuencia. Toda sociedad tiene el derecho de elegir qué tipo de país quiere construir, lo que debemos entender es que no es posible evitar las consecuencias de nuestras elecciones.
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