Hoy, chateando con Guillermo, me dijo un par de cosas que me hicieron pensar. Me dijo que tal vez sea una buena idea no mandar más mensajes con links a los posts en mi blog porque mucha gente que no está en proceso de inmigración se puede tomar a mal los comentarios “negativos” a la situación del país, especialmente si vienen de alguien de “afuera”. La imagen que usó fue que les podría resultar “denso”.
Sé que me lo dijo de buena onda, para evitarme problemas, y le agradezco su preocupación, pero al mismo tiempo no puedo evitar preocuparme. ¿Después de haber nacido y vivido casi 40 años en Argentina, ahora soy alguien de afuera porque hace un año que vivo en Canadá? Aparentemente si, y estoy automáticamente descalificado para opinar de lo que pasa en el país, mi país.
Vamos a ver. Admito que yo honestamente pensé que el país había cambiado de una buena vez durante la década del 90. Pensé que por fin habíamos aprendido la lección, que después de tantos años de vivir en el limbo ideológico, por fin habíamos entendido que la realidad es la realidad. El país de los 90 no era ni por lejos un país perfecto, había muchísimos problemas. Pero era un país en el mundo, mucho mas basado en la realidad, en el aquí y ahora, donde por fin los problemas, aunque sea algunos, se encaraban y, bien o mal, se resolvían. Por supuesto que estaba equivocado de cabo a rabo. No sólo que no aprendimos nada, sino que ante la menor oportunidad saltó toda la mierda que habíamos reprimido durante casi 10 años y todo fue peor que antes.
Durante todos esos años, me tuve que bancar a una serie de almitas torturadas, personas de enorme sensibilidad social, a los que se les humedecían los ojitos hablando de los pobres, de los excluidos del sistema, las victimas del genocidio económico. Estos grandes humanistas tiraban espuma por la boca al hablar de la corrupción, de los negociados, de la soberbia del gobierno, de la actitud farandulezca.
Pero resulta que ahora, con ejércitos de harapientos que invaden la ciudad todos los días para hurgar la basura, con gente que come desperdicios en la puerta de su elegante triplex en The Little Canes, con un despotismo que no tiene antecedentes desde la vuelta a la democracia, está todo fantástico tropical, never better, cero km. Dejate de joder.
¿Cual es el problema? ¿Hay que tratar de no molestar a esta gente, no hacerles ver sus obscenas contradicciones, su descarado sálvese quien pueda? ¿Esta gente sí puede opinar, porque son de “adentro”, yo no porque soy de "afuera”? ¿Me tengo que bancar que un tilingo que se cree un intelectual de vanguardia porque se aprendió de memoria un par de nombres de directores de cine me cuente emocionado que en realidad K en un gran estadista, que hay que dejarlo hacer, que no se quiere meter en líos, que me fije en las exportaciones y en lo genial de la negociación de la deuda, que en realidad la devaluación estuvo bien, porque donde se ha visto que una secretaria se vaya de vacaciones al Caribe?
Pero parece que encima tengo que pedir disculpas por hacer ver otro punto de vista de la Gran Avivada Argentina Gran, con la que esta vez si nos salvamos. OK, acá va de nuevo: perdón, todo esto lo digo porque soy de afuera.
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