Dec 29, 2004

Un país en el que no existen los términos medios

Gracias a Bartolomé Alberdi, leo este artículo de James Nielson en La Nación de hoy, muy relacionado a mis dos últimos posts. Me quedo con esto:


"Entre otras cosas, ha permitido que los comprometidos con el corporativismo tradicional sean tomados por paladines del progreso, mientras que quienes creen que dadas las circunstancias sería mejor tratar de evolucionar como ya lo han hecho los países más prósperos sean considerados nostálgicos de ideas medievales."

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Miércoles 29 de Diciembre de 2004

Un país en el que no existen los términos medios
Por James Nielson
Para LA NACION

No cabe duda de que Néstor Kirchner es el gran campeón argentino.

Lo consagran todas las encuestas. No tiene rivales a la vista. De celebrarse una pelea mañana, demolería con facilidad insolente a Eduardo Duhalde, Elisa Carrió o Ricardo López Murphy. Es que la gente lo quiere porque es un hombre con las agallas para atacar a los malos y de este modo asegurarle que la Argentina no está de rodillas, no señor, sino de pie y más que dispuesta a luchar contra el mundo entero.

¿Y Carlos Menem? Ni siquiera figura en la lista de desafiantes.

Nadie entiende cómo un perdedor semejante llegó a ser campeón. Tuvo su oportunidad para enfrentarse con Kirchner, pero se amilanó, negándose a subir al cuadrilátero. Su imagen es desastrosa: todos saben que es un corrupto rodeado de esperpentos. Y como si todo eso no fuera suficiente, ya es viejo.

En una democracia madura importaría poco que la imagen de un dirigente pesara más que lo que efectivamente representa porque todos son centristas, pero en la Argentina la propensión moderna a hacer de la política un ramo de la publicidad ha tenido consecuencias que son decididamente perversas.

Entre otras cosas, ha permitido que los comprometidos con el corporativismo tradicional sean tomados por paladines del progreso, mientras que quienes creen que dadas las circunstancias sería mejor tratar de evolucionar como ya lo han hecho los países más prósperos sean considerados nostálgicos de ideas medievales.

Sin embargo, por aberrante que hoy en día parezca, es más que probable que una variante del "menemismo", si por eso queremos decir un esfuerzo caótico por insertar a la Argentina en el sistema internacional dominante acatando las reglas comunes, termine imponiéndose al "kirchnerismo".

* * *

Si los debates en torno de las alternativas políticas y económicas fueran un tanto más serios, podrían triunfar sin dificultades los partidarios de reformas destinadas a hacer de la Argentina un país capitalista moderno, tal vez menos "liberal" que algunos, pero mucho menos corporativista y clientelista de lo que siempre ha sido.

Pero en este país las polémicas suelen degenerar muy pronto en intercambios de consignas, cuando no de insultos.

Por basarse casi por completo la actitud asumida por el público en la popularidad personal de los jefes, ya es rutinario que el país entero brinde la impresión de sentirse firmemente consustanciado con el pensamiento único de turno.

Se trata de un fenómeno desconcertante. En otras latitudes no es nada raro que un sector centrista estrecho pero clave cambie de opinión, oscilando entre planteos relativamente colectivistas e individualistas y de tal manera determinando que el progreso sea más zigzagueante que lineal.

* * *

Lo que sí es raro es que la supremacía transitoria de una corriente suponga la virtual desaparición de las otras, con el resultado de que la Argentina ha conocido períodos en los que un visitante desprevenido habrá creído que casi todos sus habitantes eran, según el año, alfonsinistas, menemistas o kirchneristas.

Como es natural, a los dueños de los ismos correspondientes, y más aún a sus allegados, les ha sido agradable fantasear con perpetuar la "hegemonía" así supuesta por los siglos de los siglos.

Ahora bien: es tan poderoso el capitalismo liberal globalizado -una fuerza impulsada por el progreso tecnológico y la ausencia de alternativas auténticas- que andando el tiempo se expandirá hasta el último rincón del planeta.

Algunas elites locales que, con la razón o sin ella, se sienten amenazadas por el cambio tratarán de resistirlo afirmando que el precio social, moral o religioso de rendirse sería tan elevado que hay que luchar por mantenerse lo más lejos posible de esta máquina infernal que corre fuera de control.

Se anotarán algunos triunfos tácticos, pero, como sucedió aquí apenas tres años atrás, lo harán a costa del bienestar de la mayoría abrumadora de sus compatriotas, que, en cuanto por fin opten por retomar el rumbo abandonado, se encontrará aún más rezagada que antes.

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