Mar 24, 2005

El Fracaso como Éxito

Tengo amigos en Argentina que se pasaron toda la década del 90 diciendo que no iba a andar. Vivian cada logro, cada nueva inversión, cada obra de infraestructura como un afrenta personal, un agravio más que debían soportar.

Conseguir un teléfono en pocas semanas, un camino nuevo, el aeropuerto remodelado, viajar en avión, entrar a EEUU sin visa, comprarse una casa a crédito eran ofensas imperdonables. Paradójicamente, estas mismas personas se convirtieron inmediatamente en activos apologistas del actual modelo de país. Viven el más grande fracaso de la historia institucional argentina como un éxito y reivindicación personal. Nunca lo voy a terminar de entender.

Como ya dije más de una vez en este blog, estoy convencido de nos gusta el fracaso. Al mejor estilo del Che, somos unos enamorados del amor y la revolución es un fin en si misma. Guillermo me dejó un comentario que me hizo acordar de un artículo de Alejandro Rozitchner, que rima con Kirchner, que trata de explicar este fenómeno tan interesante:

¿Y si nuestra delicadísima situación nacional no fuera una caída sino un logro? ¿Si algo nuestro, muy argentino, se estuviera satisfaciendo en este momento de desastre? ¿Es posible que suceda algo tan extraño?

¿O acaso no será que...?

No, no queremos salir de la crisis, es mentira. Decimos que nos gustaría ser un país que funcione, pero es falso, sentimos una poderosa atracción por el desastre. Hemos trabajado duramente para lograr esta sensación de abismo que hoy nos tiene hipnotizados. Durante años pusimos moneditas de angustia, escepticismo, crítica, pasividad y desconfianza en la alcancía del fracaso y por fin lo hemos conseguido: la crisis es nuestra criatura, nuestro bebe, estamos en la gloria.

Estamos realizando el ideal del tango, cumplimos con el destino fijado por nuestra miserable filosofía espontánea, esa que dice que la vida es dolor, que no se puede confiar en nadie, que ve canallez en todas las intenciones y en todos los actos, la que cree que el desencuentro es una verdad más grande que el amor, o que el mejor amor es el que no se da, el que pudo haber sido, y para la que el amor realizado es fastidio y decepción. No tenemos reparos en sentir que todo es mentira siempre, que el mundo es esencialmente engaño e ilusión, cualquier versión más esperanzada nos parece tonta o ingenua, y defendemos estas posiciones miserables como si fueran nuestra tabla de salvación. Estamos enamorados de la piedra que nos hunde, tal vez porque sentimos que hundirnos es justicia, porque no somos capaces de sentir que querer vivir es valioso y posible, porque no aceptamos la imagen de un sujeto feliz sin sentir que se trata de un egoísta o un imbécil y, en cambio, el sufriente, el caído, el decepcionado, nos parece una persona superior, meritoria. Por creerlo, producimos desgracia.

(para ver el artículo completo, hacer click aquí, bajar al año 2002 y seleccionar "Nuestro paradójico logro”)

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