(la columna de Gabriela Pousa)
En estos días, con más énfasis que en semanas anteriores, se ha podido corroborar que estamos detenidos en una geografía donde los avances son retrocesos y el único futuro capaz de predecirse, en este contexto, se tiñe de sepia y huele a trementina.
La sociedad argentina tiene únicamente dos opciones a la hora de decidir qué circunstancias vivir: o se aboca a la década del 70 con resentimientos, historias diezmadas, cegueras voluntarias y sed de revancha, o queda presa en la fantasmagórica década del 90. Tan fantasmal qué, el entonces primer mandatario, asumiera la presidencia tras ganar la elección nacional aunque nadie lo votara...
El presente tiene matices de aquel misterio aunque con toques de ficción incapaces de traducirse siquiera en géneros literarios. Tras la caída de Fernando De La Rua, la titularidad del Ejecutivo quedó en manos de un político incapaz de triunfar en las urnas. Con posterioridad, llegó el turno de Néstor Kirchner gracias a un dudoso 22% del electorado. Pese a ello, desde el primer mes de mandato, se publicaron encuestas otorgándole porcentajes de adhesión y popularidad impensados. Ahora bien, si esos datos respondían a la opinión popular y no se han alterado, la obsesión por plebiscitarse en una elección no parece tener demasiado sustento.
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