En la literatura inglesa, Charles Dickens es considerado el más grande novelista de la era victoriana. Sus obras describen la vida en las ciudades de la “nueva” revolución industrial en Inglaterra, el periodo de la historia que dio origen a las teorías de Karl Marx. Su obra se caracteriza por sus ataques a los grandes males sociales como la injusticia y la hipocresía.
En Great Expectations y David Copperfield, esta última basada en su propia experiencia personal como niño obrero de fábrica, podemos leer sobre la vida en estas primeras etapas del capitalismo, con jornadas de trabajo de doce horas, trabajo infantil y ejércitos de mendigos, muchos de ellos desfigurados o tullidos, que viven en la calle de la basura y la limosna.
Para todos mis amigos que se horrorizaban de la pobreza y la desigualdad de la época cuando estábamos mal, de los odiados 90, y que sufrían la indignación de los justos por el tímido y trunco proceso de primermundización que experimentaba el país. Los mismos que ahora dejan las sábanas pegajosas noche tras noche hablando de Kirchner y su maravilloso mundo de Justicia Social, de Derechos Humanos, del Modelo Productivo. Ahora que estamos bien.
Lo hemos logrado. Hemos ingresado al primer mundo y tenemos un país comparable a la primera potencia del globo. Pero se trata del primer mundo de Charles Dickens, el que existía hace un poco más de 100 años, y, al igual que el Londres victoriano de sus novelas, la Buenos Aires del 2005 cuenta con sus propios ejércitos de miserables que viven de la basura y la limosna.
Por eso les digo que no nos detengamos ahora, vayamos por más. Estamos tan cerca de las jornadas de trabajo de 12 o 14 horas y de salarios comparables a esa época que sería una gran lástima.
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