La columna de James Neilson:
Una razón, acaso la principal, por la que el comunismo soviético pudo contar con el apoyo apasionado de millones de personas, entre ellas muchos intelectuales que a pesar de todos los crímenes que fueron perpetrados por el régimen genocida fundado por Lenin y Trotsky lo recuerdan con nostalgia, consiste en que mientras duró les permitió aferrarse a la ilusión de que, siempre y cuando entendiera "las leyes de la historia", una élite ilustrada sería capaz de decidir el futuro del género humano. Fue en buena medida por eso que el desplome del comunismo resultó ser tan traumático no sólo para los fieles sino también para muchos otros que nunca sintieron la más mínima simpatía por las dictaduras despiadadas que posibilitó. Es que el credo triunfante, el "liberalismo", es antipático porque, además de brindar un rol destacado a los tradicionalmente despreciados comerciantes y hombres de negocios, propone que tratar de planificar el futuro es una pérdida de tiempo, de suerte que sería mejor desistir de intentarlo y dejar todo en manos de "los mercados", esta manifestación en clave económica de lo que en otros tiempos se llamaba la voluntad popular en la que nadie está realmente a cargo de nada.
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