En fin, no es fácil volver a opinar sobre Argentina después de haber estado de paseo por acá por el fin de semana largo. Se hace cuesta arriba cuando uno se acostumbra a la normalidad, a la previsibilidad, a la racionalidad. No hablo de grandes cosas, ni infraestructura, ni tecnología ni nada por el estilo. Me refiero a lo que considerábamos normal cuando estábamos mal, hace no más de 5 o 6 años.
Mi abuelo decía que la gente se acostumbra a lo bueno y se resigna a lo malo. Pero en Argentina parece que somos la excepción. Es que aparentemente nos sentimos cómodos con la vuelta de todas estas cosas. La falta de gas, de luz, el deterioro general de los servicios mínimos y de la infraestructura, la vuelta de la inflación, la explosión de los índices de pobreza, la marginalidad, la mendicidad y el trabajo infantil; el achicamiento generalizado, el tremendo proceso de pauperización.
Todos estos temas son tomados con la más absoluta naturalidad por la mayoría de los argentinos. Pareciera que es lo que nos merecemos o lo que siempre esperamos de la vida. Se trataría de nuestro destino ineludible. No ameritan ni un comentario al pasar de mis amigos y conocidos. No hace mella en el sensacional momento histórico que vive el país, versión según la cual nunca estuvimos mejor.
No puedo dejar de notar el tremendo contraste de esta actitud con lo que pasaba cuando estábamos mal, cuando cada teléfono público nuevo era considerado una afrenta más, una violación a nuestra soberanía, una prueba de que se llevaban nuestras riquezas.
En fin, tal vez haya que considerar seriamente la posibilidad de que esto sea lo que nos merecemos, lo que realmente queremos como proyecto de sociedad.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.