Jul 7, 2005

Reflexiones

Es un honor y un placer enorme que el profesor Carlos Pucci, Facultad de Economía de la UNT, una de esas raras conjunciones de excelente profesional y mejor persona, me haya mandado dos comentarios para el blog. Les dejo el primero:

REFLEXIONES SOBRE LA SITUACION ACTUAL

En los últimos dos años, he expresado en distintas ocasiones, mis opiniones sobre las principales causas de la actual condición social, económica y política de la sociedad argentina. Es fundamentalmente un problema cultural que comenzó a gestarse, aproximadamente, setenta años atrás.

Expresado sucintamente, en un lenguaje teñido con un cierto tinte económico, la sociedad argentina pretende gozar de los beneficios de un cambio o transformación sin incurrir en los costos. Y, desafortunadamente, en el accionar cotidiano, individual y social, tomamos decisiones que implican una elección y elegir una alternativa significa renunciar a algo, por supuesto con la esperanza de lograr una situación mejor. Los argentinos queremos alcanzar los beneficios, pero los costos que los carguen otros.

Los consumidores quieren tener energía eléctrica de mejor calidad sin cortes, pero no pagar el mayor precio que eso implica; los empresarios quieren mejores servicios de parte del Estado, pero no pagar impuestos; los ciudadanos se quejan de la suciedad de nuestras ciudades, pero arrojan todo tipo de basura a la calle; los sindicalistas quieren que aumenten los salarios, pero no que se incremente la desocupación; los políticos quieren ganar las elecciones para gozar del poder y de sus beneficios, pero no soportar los “costos políticos” implícitos en ciertas decisiones claves; los alumnos reclaman educación gratuita para todos, pero no quieren estudiar; algunos comunicadores sociales se quejan de la falta de seguridad, pero reprueban los procedimientos policiales rigurosos, etc. La lista se puede hacer interminable.

Parece que actuar de esta forma está en la raíz de la naturaleza humana pero la realidad es otra. Los pueblos que así la entendieron progresaron. Los argentinos de ahora no la entendemos así, todo tiene que ser sin costo y que los beneficios lleguen lo más rápido posible. Esto último en términos, también económicos, se llama tener una alta tasa de preferencia temporal. Pero resulta que hay beneficios que no son instantáneos, requieren un tiempo largo de maduración.

Esta malsana combinación de negar los costos y que los beneficios aparezcan rápidamente está en el origen de nuestros males. ¿A qué o quién o quienes debemos culpar de esto? Decididamente no a los japoneses ni a los belgas, ni a la “sinarquía internacional”, como alguna vez un líder político expresó, ni al imperialismo, ni siquiera al Fondo Monetario Internacional, como últimamente se acostumbra. Esta es una característica de los individuos y sociedades que no reconocen sus propios errores, siempre la culpa la tiene otro. Para ser sincero, el “otro”, seguramente tiene una dosis de culpabilidad pero el pecado mortal está en nosotros mismos y mientras no lo queramos reconocer no habrá una solución satisfactoria y perdurable.

¿Por qué sitúo el comienzo setenta años atrás? La elección es subjetiva y probablemente arbitraria, pero, si la memoria no me falla por esos años la estabilidad constitucional que tanto esfuerzo costó al pueblo argentino, fue borrada de un plumazo y sin reacción popular aparente. Pocos años más tarde se inició un proceso de despilfarro de los recursos del país que parece no tener fin, sazonado con periódicos arrebatos a los gobiernos constitucionales.

El despilfarro se convirtió en los últimos años en rapiña, robo, impunidad, falta de seguridad jurídica, descalabro institucional y como colofón de fondo, destrucción de la confianza pública en las instituciones republicanas, degradación de la seguridad pública y la génesis de un grado o categoría de individualismo rayano en la obscenidad. Un individualismo sin la restricción impuesta por una conciente responsabilidad social, por un respeto y consideración hacia los conciudadanos y la necesidad de cumplir con la ley y las mínimas normas de convivencia.

Pensar que nuestro problema actual es de naturaleza exclusivamente económica es un error que nos puede resultar muy caro. Las penurias económicas se pueden solucionar con las medidas apropiadas en dos o tres años (que para los tiempos de una sociedad no es mucho) pero el problema cultural requerirá con seguridad mucho más tiempo y aquí reside el peligro.

El ínclito pensador tucumano, David Konzevik, enunció una teoría que él denominó la “revolución de las expectativas” que en pocas palabras consiste en que cuando se cree que todo se va a solucionar rápidamente y sin mayor esfuerzo, la desilusión posterior es tremenda.

La pregunta, entonces, es ¿qué hacer? Creo que todo debe comenzar con una labor docente y de ejemplo por parte de la dirigencia en general y principalmente la política. Ellos deben dar el ejemplo de un comportamiento sobrio, eficiente, lo más responsable y transparente posible. Creo que si la ciudadanía observa este tipo de comportamiento estará dispuesta a soportar los costos que implican las soluciones de fondo. Todo comienza con el respeto de la ley, que debe ser clara y general, aplicable a todos. Evitar en lo posible las leyes dirigidas a privilegiar a sectores en particular. Claro que a nuestros dirigentes políticos los elegimos nosotros y por lo tanto debemos hacer un esfuerzo en elegir a personas probas y capaces.

Tucumán no escapa a la condición imperante en el país. La pobreza golpea a una parte significativa de la población; la seguridad pública deja mucho que desear, la educación deteriorada, lo mismo que la salud pública. El único objetivo que acapara la atención del gobierno provincial y de los gobiernos municipales es poder pagar los sueldos aunque sea con atraso. En estos momentos se menciona al canje de la duda provincial como la panacea a los males fiscales de la provincia, sin preguntarse cual fue la causa que generó la deuda. El último gobierno provincial del que yo tenga algún recuerdo positivo, en el sentido que haya contribuido al mejoramiento del bienestar de los tucumanos, fue el de hace cuarenta años.

Sin embargo, no todo parece estar perdido porque en los últimos meses, en medio del innegable descalabro, aparecieron algunos intentos de solidaridad entre los argentinos y de grupos de ciudadanos que claman por un comportamiento honesto de los dirigentes políticos, incluso en Tucumán. Además muchas personas, especialmente intelectuales, reconocen que los argentinos somos los principales culpables de nuestra situación actual.

En el aspecto estrictamente económico, el camino a seguir es, en mi opinión el siguiente: en el sector externo, converger en forma gradual a una apertura de la economía, con un arancel único y general a todas las importaciones de un 10% a un 15%; en el área fiscal una reasignación del gasto público, que no es de una magnitud insoportable en relación al ingreso total del país (hasta el año 2000, entre un 33 y un 35% del PBI), pero que está mal distribuido y una decisión firme de encarar una política tributaria basada principalmente en un impuesto a las ganancias y un IVA más bajo, conjuntamente con una administración de calidad que garantice una apreciable reducción de la evasión mediante penas en relación con la magnitud del ilícito; en el aspecto monetario, mantener una pauta relativamente estable de crecimiento de la oferta monetaria.

No podemos pretender que los problemas desaparezcan, siempre los habrá, pero como Santiago Kovadloff, alguna vez lo expresó, convirtamos nuestros graves problemas en problemas interesantes.

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