Aug 25, 2005

Naturaleza de la riqueza y algunas respuestas a los misterios argentinos

(suscribo 100%)

Naturaleza de la riqueza y algunas respuestas a los misterios argentinos

Carlos Mira

Los piqueteros se han convertido en la representación brutal de una convicción cultural mayoritaria que condena al país a la miseria desde hace casi un siglo: que la riqueza es un juego de suma cero en el que unos ganan sólo porque otros pierden.

La extraña actitud del gobierno del presidente Kirchner respecto de los piqueteros y la generalizada interpretación de esa conducta plantean una serie de sugestivos interrogantes.

¿Por qué el presidente no hace nada frente a tamaño abuso? ¿Por qué se esconde, falto de valentía, detrás de la toga de los jueces y reclama que ellos y los fiscales actúen cuando, en realidad, las fuerzas del orden dependen de su administración y no de la Justicia?

La decodificación de esa conducta ha sido poco menos que unánime: el presidente no hace nada porque teme un castigo de la ciudadanía en las próximas elecciones.

Esta es una interesantísima respuesta.

¿Qué es lo que les hace pensar a los cráneos del Gobierno que la ciudadanía los castigará con sus votos si tocan a los piqueteros?

En estas cuestiones sí conviene prestar atención a los reflejos de los políticos. Ellos son máquinas de calcular costos: “¿Cuál será mi costo si opto por el camino ‘A’?”, “¿Y si, en cambio, elijo el ‘B’?”. Todo el tiempo, ayudados por las encuestas, ensayan estas preguntas. Los medidores de opinión les entregan una foto del pensamiento social y en función de ello deciden.

Pues bien, ¿por qué creen que a una actitud fuerte y represiva contra los que se apoderan de los espacios públicos le seguirá un castigo de la sociedad en las urnas? La respuesta a esta pregunta es obvia: porque el gobierno cree –no sin razón- que una mayoría social, a pesar de que no comparte los métodos extremos de los piqueteros, tiene en común con ellos un pensamiento de base. Esa convicción cultural de la sociedad es la que explica no solo la actitud del gobierno frente a estos hechos, sino también por qué el país se encuentra en la situación de miseria y decadencia que lo acompaña desde hace 80 años.

¿Cuál es ese convencimiento? Que la riqueza es un concepto estático, finito y a la que se accede por apoderamiento. La riqueza, para la sociedad argentina, no es el fruto de la generación; ni su creación es infinita, ni su titularidad, inestable. El resultado de la riqueza para la enorme mayoría de los argentinos es un juego de suma cero: lo que no tiene uno, lo tiene el otro; la razón por la que a algunos les faltan cosas es porque esas cosas las tienen otros; el camino para que los que no tienen tengan, es sacarle a los que tienen lo que tienen.

No entra en el estrecho cerebro argentino la idea de que todos pueden tener. Siempre de modo desigual, claro está, porque las personas nacen desiguales, pero sí –definitivamente- tener. Y tener más cada vez, siempre en comparación con uno mismo. Este pensamiento inocente está ausente de la mente argentina. La enorme mayoría social, a la que el Gobierno teme, imagina la riqueza como una inmensa masa de recursos. Pero finita. No importa cuán grande sea. Lo que verdaderamente importa es que se termina, se acaba. De lo que está convencida la sociedad es de que esa masa de recursos no puede ampliarse. Por lo tanto, el camino para obtenerla es llegar a ella y producir un apoderamiento. Es posible, incluso, que la sociedad se autoconvenza de que los que primero concretan ese apoderamiento lo hacen según métodos injustos que sacan de la carrera hacia el Maná a otros aspirantes más lentos o, en su visón, más “honrados”.

Lo que la mayoría social no alcanza a entender es lo que los países ricos han aprendido hace rato: que la riqueza, antes de que se realicen las operaciones de generación que la tornan real, es un activo básicamente inexistente. Por lo tanto, la riqueza aparecerá en las manos de quien acierte a combinar exitosamente los distintos factores que la producen. Una vez que esas operaciones se realizan la riqueza es infinita, su producción no tiene por qué tener límites. La combinación, a su vez, es desigual y múltiple, producto de las miles de interrelaciones humanas. El resultado de esas interrelaciones es desparejo pero siempre positivo: después del intercambio habrá mas riqueza que la que había antes para todos los participantes, aun cuando su reparto sea desigual. Esa desigualdad del “outcome” reflejará las desigualdades de hecho de los seres humanos (inteligencia, esfuerzo, cultura, etcétera). Pero la igualdad de derecho de los participantes estará garantizada por el hecho de que su interrelación estará gobernada por un orden jurídico igualitario y juzgada por jueces imparciales. Este es el sencillo esquema que les ha asegurado prosperidad a los países exitosos.

Mientras la sociedad siga teniendo la convicción envidiosa de que las desgracias propias se explican por los júbilos ajenos, no creará riqueza, se hundirá cada vez más en el barro de la miseria y le dará la razón a los que encuentran lógica la inacción del Gobierno frente a los piquetes. ¿Por qué enojar a los que tienen con los tumultuosos una coincidencia filosófica fundamental? Aquellos habrán decidido emplear métodos extremos, pero, en el fondo, una enorme mayoría comparte su misma cosmovisión: que unos pocos ladrones se han apoderado de lo que, si la situación fuera otra, nos pertenecería a nosotros. Los piqueteros expresan esa corriente de un modo salvaje. Hasta molestan. Pero son la representación brutal de la convicción cultural mayoritaria que frustra al país desde hace casi un siglo. ©
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