Aug 19, 2005

Vía muerta (y de muerte)

Suscribo 100%, no tiene desperdicio:

Vía muerta (y de muerte)
Carlos Mira

A pesar de que políticos como Chávez sigan proponiendo al socialismo como una opción válida para Latinoamérica, la historia se ha encargado de demostrar el fracaso y los peligros de ese perverso sistema. Lo grave es que en la Argentina algunos continúan mirando con simpatía ese régimen basado en el resentimiento contra el prójimo.

El inefable presidente bolivariano Hugo Chávez, en un paso fugaz por la Argentina -a la que llegó con 5 aviones y un batallón de secuaces guardianes que cambiaron hasta el papel higiénico de los baños del sector militar del Aeropuerto Jorge Newbery-, no ahorró disparate por decir según su ya clásica costumbre. Con una pose y un tono sentenciante, digno de Calígula, dijo: “Me he atrevido a señalar como rumbo para nuestros pueblos la vía del socialismo”.

Más allá de la soberbia que denota el tono, es la ignorancia que transmite el concepto lo que más llama la atención. Chávez dice que se ha “atrevido” ha señalar la vía del socialismo como solución a los problemas de la región como si la idea le hubiera llegado, original, como una revelación del Universo.

Pero el cabo bolivariano olvida que su “vía” paradisíaca, lejos de ser desconocida para la humanidad, ya ha sido aplicada por implacables dictaduras que, aun al precio de cercenar todos los derechos ciudadanos, no pudieron hacerle producir a semejante engendro un solo resultado. Los hoy países libres de Rusia, Eslovenia, Eslovaquia, República Checa, Hungría, Bulgaria, Rumania, Polonia, Estonia, Letonia, Bielorrusia, la ex Alemania Oriental y Ucrania fueron parte de la órbita de lo que alguna vez fue la URSS, el experimento más extravagante que la “vía socialista” haya ensayado jamás. La pretensión de lograr algo con ese impulso de la envidia que, en el fondo, es el socialismo, llevó a la nomenclatura soviética a matar a millones de personas en lo que llamaban “purgas”, buscando una “pureza” que los aislara de lo que consideraban los verdaderos escollos para demostrar la superioridad de su sistema.

Todas esas muertes fueron en vano. No eran las personas asesinadas o sus pensamientos los que impedían la eficiencia del socialismo. El socialismo es, fue y será un fracaso mundial, un fiasco estrepitoso, sencillamente porque desafía la naturaleza humana. Lo único que hace posible que se siga hablando de él es la persistencia de un sentimiento humano mucho más fuerte que el temor a sufrir las consecuencias de un fracaso: el resentimiento. En el mundo de hoy, la condición sine qua non para ser socialista es ser resentido. Una persona de sentimientos nobles no puede ser socialista, porque la “vía” resucitada por Chávez exige envidiar y sospechar del éxito ajeno. Obliga a centrar las energías humanas en desear el mal del prójimo, en lugar de procurar el bien propio. Manda creer que el bien propio llegará cuando acontezca el mal ajeno. Supone creer que lo que no tengo yo lo tiene el otro y el único expediente válido para obtenerlo es sacárselo.

Ninguna sociedad saludable se formará con esos cimientos. El odio que subyace en el grito, el insulto, la fabricación en serie de motes aplicados por doquier a quienes se les opongan, es la siembra que sólo puede cosechar tempestades. La Argentina no es inocente en este terreno. Los baldazos de odio lanzados a diestra y siniestra como método para ganar poder le han costado al país miles de vidas inocentes. Los argentinos no necesitamos místicos extranjeros que reivindiquen, en el medio de risas de mal gusto, a los que mataron y cercenaron la vida de otros argentinos. Ya bastantes disparates debemos soportar de la labia nacional que no deja de crear antagonismos y discordias.

En medio de esa irresponsable apelación al rencor de unos contra otros, el gobierno de Kirchner, embobado por el discurso decadente del venezolano, reconoció que no sólo está manteniendo con dinero público mensual a seis terroristas colombianos, sino que está estudiando darles asilo político. Como si fuera poco despropósito destinar el dinero de los impuestos que con esfuerzo extraordinario pagan algunos argentinos a mantener a asesinos, secuestradores y narcotraficantes, encima, ahora, vamos a cobijarlos entre nosotros, para que con nuestras propias monedas diseminen su odio aquí. ¿Qué se propone realmente el Presidente? ¿Crear una innecesaria republiqueta revolucionaria que ahorcará a los que se le opongan con la soga que paguen sus víctimas? ¿Qué quiere Kirchner al aliarse con un disparatado militar al mismo tiempo vacío y charlatán que no sabe hacer otra cosa que demostrar sus limitaciones lanzado su tirria a los cuatro vientos? ¿En qué quiere convertir –acompañado pari pasu con los fallos de la Corte Suprema que él diseñó- a la Argentina? ¿En un refugio legal de terroristas?

Si todo esto -lo vacuo de Chávez, el resentimiento hacia los que tienen, el asilo a asesinos- sirviera para sacar de la miseria a millones de argentinos que miran la película desde la pobreza, la falta de educación y el colapso de la salud, bienvenido sea. Pero, lejos de ello, toda esta sarta de imbecilidades no hará otra cosa que hundir más en el barro no sólo a los que hoy ya están en él, sino también a los que aún financian la supervivencia del todo. Completada la obra, estará allanado el camino para que una nueva nomenclatura nacional, como la que colapsara hace 7 años en la URSS, campee sobre los derechos, la vida y el futuro de todos nosotros. No sé qué esperamos para darnos cuenta.

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