En general, a la Argentina le lleva mucho más tiempo darse cuenta de cuestiones que son elementales en cualquier país medianamente normal del mundo. El ejemplo del momento es que no es posible el crecimiento económico sostenido sin inversiones.
Hay veces en que me gustaría pegarle una patada en el orto logos a Mariano Grondona, da doscientas vueltas para decir lo obvio, como en su columna de hoy de La Nación. Los dejo con la “aporía” que enfrenta Kirchner y su banda, que no deben ni tener la más peregrina de las ideas de qué es una "aporía":
El problema de las grandes inversiones externas en la Argentina asume la forma de la siguiente "aporía": ¿será posible atraer nuevas inversiones externas si al mismo tiempo se maltrata a las que ya se habían instalado?
Con este antecedente, ¿podrá el país crear de nuevo un clima favorable a las grandes inversiones? En los años noventa vinieron desde el mundo inversiones por valor de decenas de miles de millones de dólares. Se podrá decir que fueron defectuosas. Se podrá decir que no cumplieron, al menos en parte, lo que habían prometido. Se podrá anotar que hubo casos de corrupción. Se podrá alegar incluso, como lo hace la izquierda, que en lugar de sumar recursos financieros y tecnológicos a nuestro desarrollo se dedicaron a expoliarnos. Pero entonces surge esta otra observación: si los capitales externos fueron negativos para nuestro desarrollo como a veces sostiene el Gobierno, ¿por qué insiste en traer, ahora, más de lo mismo? ¿No sería mejor, según la conocida tesis del ahora presidente de Enarsa Aldo Ferrer, "vivir con lo nuestro"?
¿O se cree acaso que, en tanto los capitales de la era menemista fueron "malignos", los capitales externos de la era kirchnerista serán "benignos"? ¿Cuál sería el camino para lograr, en capitales que siguen por todas partes la consigna de ganar dinero, esta milagrosa conversión del espíritu de lucro al espíritu de la solidaridad?
Se nos dirá que, en tanto los capitales externos buscan por doquier la rentabilidad, a los capitales argentinos los inspira el patriotismo. Si esto es así, ¿por qué a la desinversión de las empresas extranjeras se ha sumado la venta de varias de nuestras principales empresas a empresas brasileñas? ¿Será porque las empresas brasileñas nos aman más que nuestras propias empresas? ¿O será porque encuentran en su país el apoyo que nuestro gobierno retacea a las empresas argentinas?
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