Relacionado con mi post anterior, por favor no se pierdan la columna de Carlos Mira (gracias, Víctor). No tiene desperdicio:
Ningún elogio infla tanto el ego del argentino como que le digan que es un “canchero”, un tipo que se las sabe todas y que, a fuerza de picardía y viveza, siempre queda como el “banana” de la película.
Adulaciones tales como “inteligente”, “trabajador”, “responsable”, “serio”, “previsor”, lo tienen sin cuidado. Nada lo excita tanto como quedar como un “canchero”, un sacador profesional de ventajas, porque ve lo que para otros permanece oculto.
Al contrario, nada lo deprime más que quedar como un tonto (si estuviera en un café utilizaría un argentinismo mucho más gráfico que empieza con “b”). Es más, prefiere ser un tonto pero disimularlo bien a no serlo y pasar por tal.
Se trata de un karma histórico que el ser nacional lleva marcado a fuego. Seguramente, algún psicólogo encontraría rápidamente en un profundo complejo de inseguridad, la causa de semejante propensión.
este tipo es un derroche de sentido común. excelente.
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