Mientras se producía la debacle post golpe a De la Rúa, con la devaluación y pesificación que constituyó la mayor transferencia de riqueza de la historia del país, muchos amigos me decían que era un exagerado. Algunos de ellos, con postgrados en prestigiosas universidades, sostenían que no pasaba nada, que estaba todo bien. Lejos de ser un suicidio colectivo, todo el rosario de disparates económicos demostraba una vez más la inagotable capacidad para la genialidad de la sociedad argentina.
Me decían que éramos unos vivos bárbaros, era perfectamente posible devaluar masivamente y no generar inflación, destruir todos los contratos de la economía y que sigan lloviendo las inversiones. Éramos unos genios, manteníamos el nivel de las exportaciones y reducíamos las importaciones a la mitad. Y no pasaba nada.
El mala onda era yo, un menemista, que sentía nostalgia por toda una época que no existió, por un país que nunca fue. Esta era la nuestra. Ahora iban a ver estos yanquis/chilenos/brasileros/privatizadas/FMI/Banco Mundial/neoliberales/empresarios malas personas.
Lamentablemente, a casi cinco años de esa tragedia, una vez más se impone la realidad. Como en el famoso cuento de la rana hervida, tal vez no nos damos cuenta, pero la caída es permanente, constante, diría que lamentablemente inexorable. Hoy nos parecen perfectamente normales y aceptables situaciones y números que hubieran sido un escándalo nacional durante la vigencia de la Convertibilidad.
Hoy leo en La Nación, casi al pasar, como una nota más, que debemos resignarnos a la vuelta de la inflación. Vuelve la inflación, y vuelven los viejos hábitos de vivir en una economía inflacionaria. Como si nada, como si nunca se hubiera ido. Pasamos de los 80 de Alfonsín a los 00 neopopulistas, sin pisar la década del 90. Siempre vivimos así.
Una vez más, debemos explicar las grandes cuestiones. La inflación nunca es buena; los más afectados son los sectores de menores ingresos; la inflación genera incertidumbre y la incertidumbre es un estimulo negativo para la inversión; sin inversión no hay crecimiento; sin crecimiento no hay generación de empleo ni aumentos de la productividad; y varios etcéteras más.
Pero no pasa nada. En serio. Estoy convencido que en fondo nos gusta vivir así. Esto es lo que somos. Es preferible fracasar una y otra vez haciendo lo que nos sale del alma que tener éxito teniendo que hacer lo que no odiamos.
...el neopopulismo no es de izquierda!!
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