La batalla contra los precios
Por Aldo Abram
Para LA NACION
El Gobierno ha empezado a pertrecharse para darle batalla a la inflación. Parece haber identificado al enemigo. Los ambiciosos productores de bienes de la canasta familiar que pudiendo venderlos más baratos en el mercado local, los exportan para ganar más dinero. O los que producen localmente mercadería que se puede importar y aumentan excesivamente sus precios a la sombra de la protección de elevados aranceles, restricciones al ingreso de competidores externos y un alto valor del dólar. O los poco solidarios comercializadores que remarcan excesivamente los productos. Para enfrentarlos, tiene un arsenal de acuerdos-cuasi controles de precios, escraches "populares", presiones de los municipios, amenazas públicas, eliminación de incentivos a la exportación, aumento de las retenciones, superpoderosas comisiones o secretarías.
Hay un peligroso error de diagnóstico que no se ha modificado con el cambio de ministro de Economía. El responsable de la inflación es el propio Gobierno, que le ordenó al Banco Central sostener el tipo de cambio comprando divisas con emisión de pesos que la gente no quiere. Cuando uno produce algo más de lo que se lo demanda, baja de precio. La moneda nacional es la unidad de medida para valuar los bienes y servicios. Si achico el metro, todo lo que mida tiende a aumentar, eso es inflación.
El Gobierno es contradictorio. Quiere un tipo de cambio alto para que el precio de los bienes que producen nuestros empresarios sea alto respecto al costo argentino. Sin embargo, luego se enoja si los beneficiarios quieren cobrar en el mercado interno un precio, en pesos, equivalente a lo que hubieran recibido en dólares del exterior más los eventuales subsidios que le pague el Estado por exportar. Por lo tanto, les saca los subsidios y/o los castiga con retenciones crecientes.
A los que producen bienes importables los beneficia con enormes protecciones permitiéndole aumentar sus precios, pero los amenaza con abrir la importación en su sector. Esto es bueno para los consumidores. Dejan de pagar un subsidio a los productores por la diferencia de precios que el Gobierno les permitía cobrarles. Sin embargo, no baja la inflación. Al igual que el "castigo" a los exportadores, sólo logrará que los precios del bien en cuestión disminuyan puntualmente ante la mayor conveniencia de vender internamente o la mayor competencia en el mercado local. Luego de bajar un escalón, volverán a subir junto a los restantes bienes y servicios, por la escalera o el ascensor, dependiendo de la política monetaria y cambiaria del BCRA.
Los grandes comercializadores parecen ser los otros responsables. Pero llama la atención es que las organizaciones de defensa de los consumidores se queja de que son los negocios pequeños los que tienen mayores precios. Desde la devaluación los precios mayoristas (que pagan los comerciantes) subieron 163% y los que les pagan los consumidores 94,6% (IPC transables). ¿Cómo hicieron para remarcar excesivamente como acusa el Gobierno? Dado que ninguno de los dueños de las cadenas se llama Harry Potter o Copperfield, uno puede suponer que aquí no está el problema. Por último, los sectores de bienes y servicios que no se exportan o no se pueden importar han aumentado solamente 34 por ciento.
Es cierto que se esta produciendo una recuperación de valores relativos de algunos sectores que dependen de la demanda interna. Esto no implica que tengamos que tener inflación muy alta. Cuanto mayor es la inflación, mayor es la incertidumbre y, por ende, menor la inversión y el crecimiento futuro. ¿Cómo hicimos para crecer más del 8% en el 2003 y 2004 con una inflación que no superó el 6,1%? Argumentar que algo de suba de precios no es tan malo, es no tener en cuenta que los más afectados son los pobres.
Lo malo es que la "caza de brujas" no tendrá efectos sobre el aumento de precios, o los tendrá muy coyunturalmente. Habrá que buscar nuevos culpables para castigar y hacerlo más duramente con los que no "aprenden". La inflación seguirá mientras el Banco Central mantenga su política monetaria. Este camino ya lo vivimos en el pasado y significó falta de productos, en cantidad y calidad, en el mercado doméstico disminución de las inversiones y del crecimiento. ¿Puede ser que no aprendamos de nuestra trágica historia?
El autor es economista y director general de la consultora Exante
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