May 26, 2006

James Neilson se pregunta qué pasa si la fiesta termina:

Cuando todo parece andar bien, el gobierno de turno puede darse el lujo de mofarse de las reglas por lo común tácitas que suelen respetar los países más importantes. Con toda seguridad Kirchner y sus colaboradores creen que la Argentina es tan dinámica que importa poco que los grandes inversores los boicoteen, que mandatarios extranjeros se sientan agraviados, que el empresariado se sepa acosado por un presidente que lo desprecia, que los más den por descontado que habrá una crisis energética de proporciones, que el secretario de Comercio se imagine capaz de frenar la inflación a punta de pistola y que la "seguridad jurídica" sea una fórmula verbal sin sentido.

De modificarse el panorama, empero, el gobierno tendrá motivos de sobra para lamentar no haber hecho más por mejorar el clima de negocios en el país. Mal que le pese, detalles como los mencionados inciden mucho en el desempeño de la economía, el que a su vez afecta al estado de ánimo de la población. Así las cosas, el gobierno debería sentirse muy alarmado por una encuesta reciente conforme a la cual sólo el uno por ciento de los empresarios consultados votarían por Kirchner en las próximas elecciones. Si bien el peso demográfico del empresariado es escaso, de él dependerá la evolución de la economía cuando las condiciones externas dejen de ayudarla.

El "modelo" económico vigente es el tradicional. Consiste en un sector agroexportador competitivo que actúa como un caballo que tira un carretón atestado de industriales ineficaces, burócratas, políticos, sindicalistas y otros. A pocos les gusta el arreglo, pero en vez de tomar medidas destinadas a persuadir a algunos pasajeros a bajar y caminar, el gobierno prefiere dar latigazos al caballo y amenazarlo con quitarle el pienso. Como es natural, el pobre animal sólo puede avanzar a una velocidad muy reducida, razón por la que los dueños de "modelos" de transporte menos rudimentarios, es decir, Italia, España, el Japón, Australia y, desde luego, Estados Unidos, lo adelantaron hace años y ya están a miles de kilómetros de distancia.

Después de tantas décadas de "crisis", la mayoría se ha resignado al atraso. Las expectativas son mínimas, razón por la que pocos se preguntan lo que tendría que hacerse para que la Argentina dejara de conformarse con un ingreso per cápita parecido al mexicano o el brasileño –si bien menor que el chileno– para aspirar a uno equiparable con el de los países menos ricos de Europa occidental. Por el contrario, incluso decir que bien administrada la Argentina debería estar en condiciones de convertirse en un país del Primer Mundo, con todo cuanto esto implicaría, es considerado evidencia de megalomanía.

¿Por qué tanta humildad? Porque a las elites actualmente dominantes les conviene conservar el esquema corporativista al cual están acostumbradas y que pese a sus deficiencias patentes les garantiza un pasar aceptable. Además, muchos temen que un esfuerzo serio por cambiar de "modelo" les ocasionaría demasiadas dificultades porque no poseen talentos apropiados para prosperar en un país desarrollado.

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