Jorge Asís:
Cualquier distraído podría creer que Kirchner es presidente por la acción de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo.
a Jean Francois Revel,
in memoriam
“La gran impostura”, es el título de un ensayo de Jean Francois Revel.
Trata de la astuta tergiversación que logra la izquierda, cuando se las ingenia para disfrazar, el fracaso del comunismo, con el fracaso anunciado del capitalismo.
Más elemental que la de J.F. Revel, es la trivialidad de la impostura de Kirchner.
Porque Kirchner se presenta como si protagonizara el simulacro de una revolución.
Kirchner ornamenta su escenografía, habla como si hubiera alcanzado la presidencia de la república por su accionar humanitario.
Como si hubiera llegado, a la presidencia, gracias a las actualmente captadas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Sin embargo Kirchner alcanzó la presidencia por algo más banal.
Por las severas contradicciones del peronismo a la deriva.
El peronismo huérfano que marchaba, con el timón desconcertado de Duhalde, entre las tinieblas de la carencia de identidad.
Pudo entonces percibirse, en el acto del 25, que Kirchner convirtió, al peronismo huérfano, en un preservativo descartable.
Un forro para cubrir las ceremonias del simulacro y de la tergiversación histórica.
Con una fraseología revolucionaria que sirve para usurpar la lucha de otros.
A los que intenta, en vano, representar.
Con estos códigos analíticos, es de lamentar también otra tergiversación.
La complicidad de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Porque ellas devalúan, seguramente sin siquiera saberlo, la memoria de sus hijos.
Coinciden, aquí sí, la señora de Bonafini con la señora de Carlotto.
Sorprendidas, ambas, en un rapto de oficialismo inesperado.
Se deslizan por la pendiente del mismo error de evaluación.
El error que las incita a subestimar, mientras los homenajean, aquel heroico combate de los deudos que socialmente las legitiman.
Al sostener, por ejemplo, que “sus hijos murieron para que sea posible este presente”. El de Kirchner. O sea, la impostura del acto.
En cierto modo, las madres y abuelas también tergiversan las luchas de sus hijos.
Porque ellos murieron por asumir frontalmente una causa revolucionaria que consideraban superior.
Por la construcción del socialismo, murieron. De ningún modo para complicarse en esta berretada escenográfica.
No murieron, los chicos, para que la memoria sirva de utilitario contrapeso.
Para balancear y atenuar el perverso sistema acumulativo de recaudación. Que supera, comparativamente, la magnitud de corrupciones anteriores.
No murieron los chicos, en definitiva, para servir de colchón al simulacro retórico de la gratitud que los bastardea.
Del discurso destinado a atenuar, con su polvareda, el culto elitista al despojo.
Y a la idea expresa del poder administrado como un botín arbitrario. Pestilente de corruptelas, aunque con gárgaras ejemplares de transparencias.
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