Jul 21, 2006

El temor al ring vacío

De Rosendo Fraga (h) en Notiar, la necesidad del rival descartable, para la perrada:

Nada parece ser más urgente en el oficialismo que abrir un nuevo combate verbal cuando tiene la impresión de que está solo en el ring; se mueve con una desesperada aunque cuidadosa soltura, alza la vista y asesta el golpe, generalmente, al primero que se le cruza. Y si bien las reyertas contra la prensa desde escenarios prolijamente construidos -con un recargado estilo preelectoral- no son nuevas, la dureza de las últimas declaraciones contra el periodismo le dan un aire de triste novedad.

Que el Gobierno afirme que es censurado por el periodismo –cuando éste algunas veces peca por omisión- se convierte en un acto no ya irreflexivo sino abiertamente paranoico. O, que en última instancia, remite a un alto grado de desconexión con la realidad.
El gobierno parece adolecer de la dualidad Jekyll-Hyde de la famosa novela de Stevenson, porque al mismo tiempo que exalta sus virtudes a punto tal que adquieren de a momentos un tono casi mesiánico, se empeña persistentemente en colocar con cuidado las piedras de lo que podría ser su propia ruina –superpoderes permanentes sin una urgencia válida, por ejemplo-: es al mismo tiempo la enfermedad y el remedio para un país que, supone, vive en un paraíso infernal constantemente. Y se encarga de demostrarlo con aquella ingenua contradicción de afirmar que se ha salido finalmente de las llamas pero aún se continúa en ellas.

Atrás quedaron, parece, aquellos tiempos gloriosos donde la disponibilidad de enemigos importantes estaba a la orden del día; cuando defenestrar o no, por ejemplo, al FMI tenia la mágica capacidad de restar o sumar un punto de popularidad en las encuestas; cuando la política exterior estaba fatalmente subyugada al día a día de la política local (recuérdese si no aquel resonante papelón en la Cumbre de Mar del Plata, con un Kirchner completamente desbocado que intentaba sacar chapa no muy creíble de populista tempestuoso e impredecible); cuando atacaba a Duhalde -el padre de la criatura, a fin de cuentas- con una irreverencia tan contradictoria que con el tiempo terminó perdiendo la gracia: resulta evidente -teniendo en cuenta los encontronazos recién mencionados y la imposibilidad por parte del Gobierno de mantener un debate donde prime fundamentalmente la mesura- que al oficialismo no le sirve demasiado focalizar sus ataques cotidianos en un Ejercito de capa caída que observa su propio desmoronamiento desde el rincón, en una oposición voluntariamente dispersa o en los últimos despojos de un radicalismo -aquel que todavía no ha abordado la lucrativa y heterogénea Arca de Noé kirchnerista- que no parece encontrar la forma de reponerse de sus propios fracasos.
En otras palabras: la repetición incesante de un combate entre un peso pesado y un supermosca, a la larga, termina convirtiéndose en un gesto vacío y aburrido.

A su vez, las peleas contra el pasado van perdiendo lentamente su golpe de efecto y pasan a convertirse en una cotidiana y recurrente invitación al bostezo: atacar desde ex funcionarios de la dictadura, pasando por el gobierno alfonsinista, los diez años de menemismo, la Alianza, los años tormentosos de Duhalde en el poder y los pequeños enemigos circunstanciales de hoy, en el fondo, es una actitud poco seria. Por ello resulta claro que el oficialismo necesita entronizar enemigos descartables para mantener una dirección discursiva que sustituya la carencia de una orientación concreta (ya se trate de un modelo, un sistema, un plan, un objetivo, una Weltanschauung kirchnerista, lo que sea). Y siguiendo esta lógica, no debe sorprender que esté dispuesto a retener la corona con un rival de peso y que no debería bajo ningún concepto subestimar.

Y al mirar hacia atrás aquellos tiempos con melancolía, es quizás posible entender lo inentendible y comprender, casi compasivamente, este original ataque ante un enemigo que, como dijimos al principio, se había mantenido hasta el día de hoy medianamente neutral ante algunas cuestiones no muy claras por parte del Gobierno. Ayer le tocó al periodismo, hoy –como demuestran las últimas noticias- le tocó a la AMIA, y es imposible saber a quién le tocará mañana, y no tanto por la imprevisibilidad propia del Gobierno sino porque ya no parecen quedar muchos "enemigos" dando vueltas: ¿será el tribunal de La Haya, el próximo presidente de los Estados Unidos, Benedicto XVI, el ayatollah Alí Khamenei...? Quién sabe, nada parece imposible para un oficialismo obsesionado en defender su opinión con una intolerancia pugilística.

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