La verdad es que cada vez se me hace más difícil volver a la problemática argentina después de pasar unos días sin internet. Es que la gente por acá está tan en otra que impresiona. El pelotudismo argentino se hace tan evidente que honestamente resulta incomprensible. Es todo un país y toda una sociedad que sigue dando vueltas y vueltas en lo mismo, repitiendo los mismos errores de siempre convencidos de que esta vez seguro que todo termina diferente, que esta vez seguro que sale bien. ¿Por qué? Porque esta vez lo hacemos nosotros, que somos DIFERENTES, providenciales. Esta vez no puede fallar, esta vez la pegamos.
Nos encanta vivir así, de fracaso en fracaso, llorando miserias, culpando a los demás de lo que nos pasa. El contraste con lo que se ve por acá no puede ser mayor. Frente a la escalofriante pasividad argentina, esa fantástica pasión por sentarnos sobre los problemas, la gente común, de pueblo, “blue collar”, de por acá no puede estar un segundo quieta. Los meses de verano son un hervidero de actividad, trabajo en el jardín, reparaciones en las casas, de los autos, en las casas rodantes, y todo lo que se les pueda ocurrir. Otro tanto pasa en el invierno.
No me canso de repetirlo, es una cuestión cultural. La problemática de la Argentina es la misma que la de tantos otros países que les va como a nosotros. No es una cuestión de inteligencia, ni de educación formal, ni de corrupción, aunque todos esos factores son muy importantes.
La diferencia entre un país como Argentina y uno como Canadá no está en la cima, no pasa por la inteligencia, la genialidad o la inspiración, sino en la base, en lo elemental, en la transpiración. Está en la manera en que nos relacionamos con los demás, en la forma en que encaramos la vida.
¿Esto quiere decir que no tenemos arreglo? Solución hay, siempre la hay; la prueba la tenemos acá nomás, cruzando la cordillera, en Chile; o, yendo un poco más lejos, en España, Irlanda, y hasta en Italia; un poco más lejos todavía, en Corea y Taiwán. Pero quizás la prueba más categórica sea el hecho de que ya lo hicimos antes nosotros mismos. La Argentina de fines de siglo XIX es la confirmación de que se puede cambiar, dejar de lado la barbarie y subir al tren del progreso. Depende de nosotros.
Pero lamentablemente aún mucha de la gente que se autodenomina "liberal", o de “derecha”, o moderada, o partidarios de la modernidad, en los hechos sigue apostando a lo mismo de siempre: populismo, dirigismo, estatismo, nacionalismo, cerrazón de la economía, asistencialismo, clientelismo, etc.
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