Me gustó la columna de Andrés Cisneros en Ámbito (visto en lo de Alejandro Rozitchner), corrigiendo los disparates de la esposa de Kirchner. Las relaciones exteriores son una herramienta más que tienen los países para lograr sus objetivos estratégicos. El gran problema se presenta cuando esos objetivos no existen o no se los toma en cuenta para diseñar las políticas de estado:
Peligroso ideologismo
Por Andrés Cisneros
Ámbito Financiero
11 de septiembre de 2006
La senadora Fernández de Kirchner se apresta a dar clases en Estados Unidos y acaba de adelantar, en Caracas, que durante la década de los Noventa “la Argentina le dio la espalda a América latina.” La afirmación no resiste el análisis.
Continuando aciertos de la administración del doctor Alfonsín, en esa década floreció como nunca el Mercosur, principal proyecto de política exterior de nuestro país en toda su historia. Ni antes ni después alcanzó la expansión de aquellos años.
Abandonamos más de un siglo de hostilidad con los vecinos, generando corrientes de comercio e inversión inéditas entre nosotros, no continuadas comparablemente si se mantienen los parámetros equivalentes. También profundizando políticas de los ’80, solucionamos en seis años la totalidad de los centenarios conflictos limítrofes con Chile, país que, luego de colaborar con Gran Bretaña en la guerra del ’82 pasó a apoyarnos como cabeza de patrocinio en el reclamo de Malvinas en Naciones Unidas. Los flujos turísticos y humanos de todo tipo batieron récords aún no superados.
Veníamos de una absurda carrera armamentista y convertimos a la región en la más grande y poblada del planeta libre de armas de destrucción masiva, incluyendo las nucleares, y en el conjunto de países vecinos con los presupuestos de defensa más bajos del mundo entero en proporción de los respectivos productos brutos internos, que permitieran derivar recursos a otras áreas y reordenar más eficientemente el gasto militar hacia las nuevas concepciones institucionales de convivencia cívico-militar y de inserción del país en el mundo.
Barcos de guerra chilenos se construyen y reparan en astilleros argentinos y viceversa, con maniobras militares conjuntas en un grado nunca antes visto y libros blancos de defensa para la transparencia regional de las compras militares. Participamos activa y exitosamente en la concertación de la paz en el conflicto armado entre Perú y Ecuador, así como en las crisis institucionales de Perú y Paraguay, introduciendo la cláusula democrática en el Mercosur a iniciativa argentina.
En 1980/90 pusimos fin a un estéril conflicto semejante al de las actuales pasteras uruguayas, y lejos de chocar con los vecinos por la construcción de represas hidroeléctricas, nos asociamos con todos ellos, construyendo un verdadero espinazo de integración energética compartida en Itaipú, Yaciretá, los acuerdos de Corpus y Garabí y el propio Salto Grande con Uruguay.
Párrafo aparte para el enorme crecimiento del comercio, las inversiones y los emprendimientos intraregionales, tanto públicos como privados, amén de infraestructuras coordinadas más allá de las fronteras de cada uno. Chile nos tuvo como primer destino de sus inversiones externas y se instaló como el tercer inversor extranjero en Argentina. Nos convertimos en el gran exportador de gas a Chile, país que adaptó su matriz energética a los acuerdos con Argentina. Se abrieron puertos chilenos para que comerciáramos vía el Pacífico y viceversa con los nuestros en el Atlántico.
Reformamos la Constitución para que los tratados, básicamente los de integración, adquiriesen una jerarquía superior a las leyes comunes, consolidando el compromiso de darles la mano, no la espalda a los vecinos.
Una faceta muy confortable del pensamiento ideológico es que no necesita exhibir una relación de cercanía demasiado estricta con la verdad. Es por ello que esta manera de ver la vida y la política suele terminar produciendo lo mismo que denuncia: aunque se afirme lo contrario, la verdad es que hoy tenemos una crisis cuasi terminal en el Mercosur, cortocircuitos de importancia con Chile y Uruguay, y creciente distancia con Brasilia, Asunción, Quito, Lima y Bogotá, en un cuadro que conforma el mayor conjunto de conflictos y relaciones de baja intensidad con la región desde nuestro regreso a la democracia.
Resulta poco recomendable considerarse un demócrata y, al mismo tiempo, ignorar los aportes de quienes nos precedieron. Una verdadera contradicción en los términos. Es nuestro futuro el que más se perjudica si marchamos hacia él desconociendo lo hecho por otros argentinos, solo en razón no pertenecen al espectro de las preferencias de quienes hoy gobiernan. La clase de conductas que degradan a nuestro sistema institucional y al módico prestigio que todavía nos queda en el mundo: es un indicio mayor de ideologismo y constituye, como tal, el síntoma de una profunda ineptitud para la construcción de coincidencias. El mundo respeta las continuidades y, por sobre todo, la sensatez de las autoridades nuevas que sepan reconocer aciertos anteriores, superando la inmadurez de considerar que nunca nadie hizo nada bien hasta que llegamos nosotros para salvar a la Patria.
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