Sep 3, 2006

Seguimos con la marcha

Justo ayer lo hablábamos con Rubén y con Víctor. El punto de vista de Gabriela Pousa:

A diferencia de lo que afirman muchos analistas, la última marcha convocada por el Ingeniero Juan Carlos Blumberg despierta más interrogantes que respuestas. Creer que a partir del jueves 31 de Agosto, la sociedad argentina es otra es harto peligroso. Considerar la masiva concurrencia a la Plaza de Mayo (sin que medien dádivas, ni operasen punteros políticos, ni se reparta “choripan”) como el final del “jardín de infantes” de la ciudadanía es olvidar un devenir social signado por la emoción más que por la razón. Sin embargo, esto no es óbice para reconocer que la convocatoria fue exitosa, si por exitosa se entiende, no el número de personas sino que no haya intervenido ningún aparato político para su armado, y “el día después”…

El silencio de la dirigencia, el “ninguneo” al reclamo, el descrédito a la intención y las recientes declaraciones de los funcionarios (León Arslanian, Aníbal Fernández, Luis D’Elía) le otorgan a la marcha su razón de ser más allá del reclamo por la falta de seguridad. Sino el 100%, el 99,99% de los argentinos sabemos que la movilización social, en la Argentina, no cambia nada pero sí modifica el panorama. No fueron, por ejemplo, las marchas blandiendo cacerolas en el 2001 las que derrocaron el gobierno de Fernando De la Rúa. Fue menester que detrás de estas cayera la economía, se urdieran tramas complejas, actuara el engranaje político, se negociaran apoyos y traficaran influencias… Basta analizar cómo es posible que un pueblo necesite alimentarse gracias a “saqueos” de 24 ó 48 horas, y tras ese lapso, todo vuelva a la normalidad como por arte de magia. Es poco serio. Tan poco serio como creer que Néstor Kirchner dejará de ser quién es porque asistimos masivamente a la Plaza de Mayo pidiendo seguridad.

No basta con que algo suceda sino que, salvaguardando la erosión del tiempo, siga sucediendo. De allí que este “después” tenga, quizás, más trascendencia que la movilización en si misma. La marcha fue un buen efecto. Desconcertó al gobierno. Lo enfrentó al espejo. Le dejó ver su propia fragilidad y su impericia para gobernar. Sin embargo, no es el jefe de Estado un hombre que se sorprenda con el fracaso. El asombro y la sorpresa a veces estimulan positivamente. A Néstor Kirchner, por el contrario, el fracaso lo enfurece. Y enfurecidos no pensamos… Cuidado.

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