Carlos Mira cree, como yo, que en algún momento tenemos que salir de la eterna edad del pavo en la que vivimos y empezar a actuar como una sociedad madura:
Hace unos días, el presidente Kirchner, en ocasión de referirse a la desaparición de Jorge Julio López (el testigo cuya declaración posibilitó la condena a prisión perpetua de Miguel Etchecolatz), dijo que el “pasado no está vencido y que está siempre listo para volver”. La imagen responde a la idea de desconocer ese pasado como propio de la sociedad argentina. En el imaginario del presidente –y en el de la mayoría de la sociedad– radica la falsa noción de que lo que ocurrió en el país en los años de la dictadura militar fue una trágica imposición de un grupo de personas malignamente concebidas sobre un conjunto de inocentes ciudadanos cuya único desvelo consistía en vivir tranquilos.
Esto es falso. Y mientras no estemos listos para aceptarlo seguiremos navegando por nuestra adolescencia social sin posibilidad de recuperarnos ni de construir un futuro sólido.
El pasado, que incluye aquellos años negros, también nos pertenece. Ese “nos” debe tener todo el sentido de la pertenencia que la palabra implica. Es nuestro. Nosotros lo hicimos. Argentinos nacidos, educados y formados en la Argentina lucubraron, primero, una romántica quimera impracticable que adoptó la violencia para tratar de imponer su visión por la vía de la fuerza bruta, del asesinato y del silenciamiento de lo diferente. Otros argentinos también nacidos, educados y formados aquí utilizaron, luego, los resortes más sofisticados del aparato del Estado para exterminarlos. La sociedad argentina fue el útero de ambos. Ni unos ni otros cayeron aquí a bordo de imaginarios y desafortunados aerolitos.
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