Muy interesante también la columna de Eugenio Kvaternik en La Nación de hoy sobre el peronismo y la violencia. El autor se pregunta si le espera al país un enfrentamiento, electoral ahora, entre los seguidores de la patria peronista y los de la patria socialista, arropados en el sayo de los derechos humanos:
A partir de la confrontación, el Presidente y su séquito setentista aspiran nuevamente a un peronismo de signo distinto. ¿El peronismo de los derechos humanos? Pero necesitan también el peronismo realmente existente. Lo prueba su dependencia del señor Moyano y del sindicato de camioneros. Como éstos pueden parar el país casi a su antojo, el Gobierno canjea su apoyo por los privilegios y prebendas de diversas cajas políticas y sindicales. El viejo maridaje entre los sindicatos y el Estado, inaugurado por Perón en 1943, pero remozado, adobado y convertido en la piedra filosofal de la gobernabilidad por todos los gobiernos posteriores, recibe con el pacto Kirchner-Moyano, su último lifting progresista.
El pacto revela que el objetivo de mínima del Presidente es durar. Es decir, lograr la coexistencia pacífica entre su peronismo, de prosapia setentista, con el otro, el peronismo realmente existente. Su objetivo de máxima, en cambio, es reemplazar al segundo por el primero. Para alcanzar este objetivo no digamos que necesitaría hacer lo que ningún gobierno desde 1945 supo o quiso hacer: democratizar a los sindicatos. Le alcanzaría con convencer a la gente de que el peronismo que tararea las nuevas consignas de los derechos humanos es mejor que el peronismo de San Vicente, que corea el viejo eslogan “ni yanquis ni marxistas”.
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