Apr 16, 2007

Matate laburando

Ya lo dije varias veces por acá. Adhiero al punto de vista cultural para explicar por qué algunos países lograr progresar y otros no. Tal vez no sea la única explicación, pero creo que en el fondo es nuestro sistema de valores el que determina la manera en que nos relacionamos con la realidad y la actitud que tenemos ante la vida.

Personalmente no deja de sorprenderme la cultura del trabajo que existe en sociedades como esta. Es muy común ver a profesionales que ganaban muy bien en cargos más o menos importantes, que por algún motivo u otro perdieron sus trabajos, trabajar en cualquier cosa hasta conseguir algo relacionado con su especialidad o directamente reconvertirse para volver a ingresar al mercado del trabajo. No tienen absolutamente ningún problema en trabajar por una fracción de sus ingresos anteriores o en hacerlo los fines de semana o de noche. A nadie se le cae el apellido, lo consideran algo absolutamente normal, parte de la vida profesional de cualquier persona. Ya vendrán épocas mejores.

A pesar de que el mercado laboral está mucho más regulado que en otras provincias y estados de EEUU, la entrada y salida es muy rápida. A pesar de la existencia de un seguro de desempleo, mucha gente está dispuesta a mudarse por cuestiones laborales.

A pesar de que creo que tienen razón los que sostienen que los habitantes de Québec no trabajan ni producen lo suficiente en comparación con el resto de Canadá o con EEUU, todo lo anterior contrasta marcadamente con la actitud de tanta gente en países como Argentina. En países como en nuestros en general se considera al trabajo productivo como una imposición cultural, una forma de abuso de los que más tienen a los que menos tienen. Ni que hablar de trabajar los fines de semana o en horarios estrambóticos, como de tarde o noche. En ese caso se trata directamente de una nueva forma de esclavitud, propia del “capitalismo salvaje” y de la globalización.

No es que los argentinos sean menos racionales que los canadienses o los coreanos. Las personas actúan racionalmente de acuerdo a los incentivos. Deben cambiar los incentivos. ¿Por qué durante los 90 tanta gente en Tucumán prefería seguir ganando 250 pesos (dólares en esa época) como “empleado” de la municipalidad en lugar de aceptar un trabajo de verdad en, por ejemplo, Minera Alumbrera por cuatro o cinco veces más? Porque tenían la opción de hacerlo. La elección nunca fue aceptar trabajar de verdad o me morirse de hambre. Siempre estaba el salvavidas del clientelismo político. Los sueldos miserables de los empleados públicos apenas permiten la subsistencia, pero no importa porque me paso todo el día tomando café charlando con los amigos y cerca del mediodía estoy de vuelta en casa. Como si fuera poco, ser empleado público goza de mayor prestigio social que un trabajo de soporte administrativo en una mina en el medio de la montaña, de una empresa extranjera que viene a “robarse nuestras riquezas”.

En países como Argentina, estamos convencidos de que el nivel de los salarios está más relacionado a la voluntad de un funcionario que a la productividad del empleo.

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