Relacionado con lo que venimos hablando de la tesis cultural, Carlos Mira sostiene que nuestra identidad se funda en la pasión por el malevaje y el malandrismo:
En el primer número de la revista ADN Cultura, que lanzó recientemente el diario La Nación, apareció un artículo de Francis Fukuyama, el filósofo norteamericano de origen japonés, cuyo título era “El fin de la utopía multicultural”. Allí, Fukuyama ensaya la hipótesis de que la estrategia de integración cultural de minorías que ensayaron Estados Unidos y Europa sobre la base de postular la “igualdad” de todas las culturas y reconocer a los inmigrantes (fundamentalmente, a los musulmanes) el derecho a seguir viviendo según sus propias costumbres, valores y creencias ha sido un grosero error para Occidente porque, desde el punto de vista de la libertad, no todas las culturas son iguales y el esfuerzo contra natura por imponer un multiculturalismo irreal ha puesto en juego los derechos de todos, toda vez que los destinatarios de la mano abierta occidental no la estrecharon fraternalmente, sino que la amputaron, atacando las bases del sistema al cual voluntariamente habían decidido mudarse.
En el artículo, Fukuyama comenta lo que a su juicio conforma las bases constitutivas de los Estados Unidos. Dice así: “Los EE.UU. nacieron de una revolución contra la autoridad estatal, basada en cinco valores fundamentales: igualdad, libertad (o antiestatismo), individualismo, primacía de la voluntad popular y laissez faire. La identidad estadounidense está arraigada en (…) la cultura ‘angloprotestante’ de la cual derivan (…) la ética del trabajo, el asociacionismo voluntario y el moralismo en la política”.
Es decir, según el filósofo, que la moral en la política es un activo en el que el país probablemente más exitoso de la historia humana ha basado su nacimiento. El concepto de lo ético y el sobreentendimiento de “lo que está bien” por sobre la aceptación voluntaria de “lo que está mal” han servido para que los Estados Unidos dejaran atrás la pobreza de sus albores y se dirigieran a conformar la sociedad más afluente, innovadora y creativa del mundo.
Cuando contrastamos eso con la Argentina, no podemos dejar de notar una enorme diferencia. Aquí, el manejo de la cosa pública ha requerido un creciente acercamiento con el “malandrismo” para tener alguna posibilidad de éxito: la gobernabilidad del país ha descansado más de lo necesario en cuán familiarizados están los funcionarios con el esquive de la ley. Ser un “maestro” en el arte de “zafar” se ha convertido en una condición sine qua non para poder aspirar a vivir con algo de éxito en la Argentina, sin que el sector público o el privado tengan diferencias apreciables en este punto.
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