Seguimos reciclando los grandes fracasos de toda la vida, convencidos de que esta vez seguro que salen bien.
Juan José Llach sobre las concertaciones en nuestra historia reciente:
Un recorrido por la historia de las concertaciones argentinas muestra dos casos con moralejas muy claras y pertinentes para los actores de la próxima. En 1973 se procuró frenar una inflación del 60% imponiendo la "inflación cero", y su desenlace inevitable fue el Rodrigazo de 1975, que, dicho sea de paso, ignoran los revisionismos históricos al paso, propios de los tiempos que corren. Esta concertación se enmarcó en dos factores análogos a los de hoy: el rápido crecimiento de la década anterior -el mayor de la historia hasta entonces- y precios internacionales muy favorables que permitieron duplicar las exportaciones entre 1972 y 1974. A partir de entonces, empeoró el contexto mundial, pero la clave del fracaso fue el aumento explosivo del déficit fiscal del 1,5% del PBI en 1970 y el 4,4% en 1972, al 5,9% en 1973 y el 12,4% en 1975; déficit financiado, principalmente, con emisión monetaria y originado en el aumento del gasto y en tarifas irreales de las empresas públicas. Ignorado al comienzo, se verificó luego, dramáticamente, el lema de cuño aristotélico sugerido por el desarrollismo y que Perón había hecho suyo: "La única verdad es la realidad". No estoy sugiriendo que nos encaminamos a otro Rodrigazo, sino recordando los peligros del triunfalismo y de utilizar un instrumento válido como la concertación para fijar irrealmente algunas variables económicas.
El otro caso interesante de concertación peronista es el de 1952. Ese año, el PBI era inferior al de 1948; el consumo había caído el 9% en cuatro años; los términos del intercambio externo se habían derrumbado y, sequía mediante, las exportaciones habían caído un 50% entre 1951 y 1952. Con Alfredo Gómez Morales timoneando la economía con mayor realismo, se redujeron el déficit fiscal y el gasto público; la política monetaria fue más prudente; se acordaron convenios colectivos por dos años; se alentaron la productividad, la inversión nacional y la extranjera -en especial la norteamericana- y los precios internos se fueron acercando gradualmente a los internacionales. Se logró así reducir la inflación del 38,8% en 1952 al 3,8% en 1954, y el PBI creció un 5,4% anual entre 1952 y 1955. Por cierto, en el contexto dirigista propio de la época también se congelaron las tarifas, se subsidiaron generosamente bienes básicos y se desarrolló la recordada campaña contra el agio y la especulación, con la clausura de muchos comercios en un contexto de autoritarismo político. Como han escrito Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, "la crisis estaba ahí, era palpable para todo el mundo" y esto fue lo que llevó a un mayor realismo que, sin embargo, y como señaló luego Prebisch, postergó problemas cuya resolución fue muy costosa para el país.
La realidad actual es diferente: ni tan favorable como parecía en 1973 ni tan crítica como en 1952. Pero tiene dos rasgos importantes en común, precios insostenibles de la energía y una tasa de inflación peligrosamente alta: el doble de la que muestra el Indec para el Gran Buenos Aires, según informan los institutos oficiales de las provincias, que no han adulterado los métodos de cálculo. Son los desafíos más urgentes, pero no los únicos.
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