Como vengo comentando por acá, las autoridades educativas de Québec están profundamente convencidas de que los padres de los alumnos de la provincia son unos pobres imbéciles que no saben lo que es mejor para sus hijos. Hace falta un burócrata iluminado que nos diga cómo criarlos para que se conviertan en personas de bien.
Las restricciones y regulaciones son de tal magnitud que preparar el almuerzo y las colaciones (los snacks entre comidas) para la Opinadorita se ha convertido en una tarea casi imposible. Hay listas interminables de productos, como barras de cereales o galletitas, que no pueden llevar por el problema de la alergia al maní. La lista se vuelve kilométrica y verdaderamente surrealista si le agregamos todas las convenciones de moda de la mano de la corrección política y las que sencillamente tienen que ver con la comodidad de las maestras, como el yogur o los postrecitos que se comen con cucharita (porque los chicos ensucian).
Ahora nos enteramos de que el gobierno de la provincia, en su Eterna Sabiduría y por Nuestro Bien, directamente planea prohibir la “comida chatarra” de las escuelas. Alguien más, que no tiene absolutamente nada que ver conmigo, va a decidir lo que mis hijos pueden o no comer. Y nos parece lo más normal del mundo.
Insisto, espero que algún día terminemos de entender que la libertad y la responsabilidad individual incluyen el derecho a equivocarnos en nuestras decisiones.
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