Oct 20, 2007

Inflación

Yo sigo insistiendo con que no aprendemos más. Nos gusta vivir así. Es sinceramente extraordinario que una sociedad con la muy amplia y trágica experiencia en materia inflacionaria de la argentina siga creyendo que podemos jugar con fuego sin correr el riesgo de quemarnos.

Estamos convencidos de que esta vez seguro que sale bien:

Más allá de los índices, también es obvio para quien compre regularmente que la verdadera inflación es la provincial. La del Indec dista de ser “perfecta”. Ni la que miden las provincias es sólo campaña electoral ni la dinámica de los precios es más que razonable, sino mucho mayor que lo razonable.

Preocupan estas afirmaciones porque la Argentina no es cualquiera en materia de inflación, sino que ocupa el segundo lugar en aumentos de precios en los últimos sesenta años, sólo superada, como en el fútbol, por Brasil. A esta luz puede entenderse la rigurosa política de metas de inflación de nuestros vecinos desde hace cinco años y cuesta mucho más entender algo que creíamos desaparecido aquí: la tolerancia a la inflación.

Lo que hay en Brasil y en casi todo el mundo es, al contrario, una intolerancia a la inflación. No sólo en los países más desarrollados, que este año tendrán el 1,8%, sino también en los emergentes (5,4% anual) y en América latina, que, contra sus tradiciones, redondeará este año sólo el 5,2 por ciento.

Sólo 12 países entre 181 tendrán este año una inflación igual o mayor al 17%: Zimbabwe, Myanmar, Guinea, Eritrea, Venezuela, Yemen, Azerbaiján, Santo Tomé y Príncipe, Irán, Congo, Etiopía y Libia.

Hay quienes justifican la tolerancia argumentando que la Argentina podría reeditar lo ocurrido entre 1945 y 1975, cuando convivimos con un promedio de 30% de inflación y ésta hacía el papel de lubricante, a la larga corrosivo, del natural conflicto social. Todo indica que se trata de un error. Al culminar en la megainflación de 1975/1989 y en la hiperinflación de 1989/90, aquella experiencia resultó en la destrucción de la moneda soberana, la crónica insuficiencia de ahorros y préstamos bancarios, el achicamiento del mercado de capitales y una menor inversión, y tuvo un papel decisivo en nuestra decadencia económica y social.

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