Mar 24, 2008

Patrioterismo


Entrega de los Oscars del 2007. Dos premios, dos artistas, dos historias:

La primera es la del actor afro-americano que recibió el Oscar por mejor actuación en rol protagónico. Su historia es la historia del sueño posible. Nació en el seno de una familia de clase media-baja, creció en South Central, el barrio más peligroso de la ciudad de Los Angeles. Sus padres querían evitar que su hijo vaya al distrito escolar que les tocaba de acuerdo al domicilio, entonces hicieron los trámites necesarios para obtener el traslado al distrito escolar de uno de los barrios más ricos de la ciudad. El futuro actor recuerda subirse a un ómnibus y viajar 2 horas por día desde su casa hasta la escuela en donde descubrió su vocación: el arte dramático. El haberse destacado en esa escuela le abrió las puertas de una de las mejores universidades del pais. Allí estudió canto lírico, pero al poco tiempo largó el proyecto para dedicarse a full a la actuación. Su cara se hizo familiar luego de algunos roles menores que lo fueron catapultando a papeles más importantes. La formidable interpretación de un dictador africano le valió el Oscar a mejor actor esa noche.

La segunda historia es la de un músico talentoso que dejó su país siendo muy joven luego de -según sus palabras- "estar cansado de pasar noches en la comisaría por usar el pelo largo" . El hombre llegó a Los Angeles persiguiendo su propio sueño. 30 años después el hombre recogía su segundo Oscar consecutivo. En el trayecto, hizo de su nombre un sinónimo del rock en español, participando en las diferentes facetas de intérprete, productor, celebridad del género musical en boga a comienzos del siglo XXI: world music, y -por supuesto-, compositor de música de películas, la razón por la que tomó la palabra en el Kodak Theater esa noche.

Quién le dedicó el Oscar a "su país"?

Y bien. La primera historia es la de Forest Whitaker. El actor americano recibió su Oscar y se lo dedicó a todos quienes tienen un sueño: "el sueno es posible" -fueron sus palabras.

La segunda historia es la del compatriota Gustavo Santaolalla. El músico "argentino", vestido con un smoking en el que resaltaban el celeste del moño y el blanco de la camisa, le dedicó el premio "a la Argentina". Cabe recordar, la Argentina es el país del que se fue y al que juró nunca más volver (y cumplió bien cumplido: volvió esporádicamente, por razones de negocios -y con un pasaje de retorno a Los Angeles nunca más de unos días separados del arribo-). Esa Argentina recibió los honores y la dedicatoria del músico. Ni una mención al país que materializó sus sueños, por supuesto.

Eso es patriotismo, carajo... Patriotismo argento, patriotismo de potrero.

Pero no es exclusivamente argento el fenómeno. La semana pasada, mientras apreciaba la notable actuacion de Javier Bardem en "No Country For Old Men", no podía dejar de pensar en los discursos de los extranjeros en la noche anual del glamour. Los Oscars se han convertido en una noche en la que un grupo de gente, la mayoría portadores de acentos estrambóticos, agradecen a la Academia el premio. Renglón seguido, "se lo dedico a mi país". Hay una excepción: los minoritarios americanos (y los ingleses, para ser justos), que nunca pierden la oportunidad para criticar al gobierno del país al que pertenecen.

Solía molestarme mucho esto. La autocrítica constante conduce a veces al hartazgo. Y harto me encontré tantas veces... Pero hay algo peor que la constante autocrítica, y ello es la ausencia total de ella. Como argentino-americano, me tocó experimentar los dos extremos.

En abril del '82 cursaba el cuarto grado de la primaria en Tucumán. Recuerdo los bocinazos, los abrazos, los cantos que milagrosamente unían en una sola voz a las hinchadas de equipos rivales en la cancha, la clase de historia de mi maestra de grado en la que usaba la palabra "piratas" para referirse a los ingleses. Recuerdo la alegría en la cara de la gente. El éxtasis colectivo. Y ni UNA cara larga. Ni UNA crítica. Ni UN disenso. Así recuerdo la guerra de Malvinas. 16 años después, en una clase del último año de la facultad de Derecho, un profesor que no tenía argumentos mucho más sofisticados que los vertidos por mi maestra de la primaria, no aceptaba (y nunca iba a aprobar la materia si no recitaba SU punto de vista) la posibilidad de que un alumno contradiga el precepto religioso de la cátedra: las Malvinas son argentinas. Mis compañeros me trataban de loco por cuestionar este principio de fé.

Hoy, 24 de marzo fecha simbólicas si las hay, quiero agradecer a los lectores del OC por la lealtad brindada, sin ustedes este blog no sería posible. Y por corregirme los errores de ortografía. Gracias por las puteadas, también, el alimento espiritual de un bloggero. Muchas gracias a la Academia. Y le dedico este post a la autocrítica. Esa que a veces me harta porque sobra en Estados Unidos. La misma cuya ausencia en Argentina nos impide ver que estamos repitiendo los "éxitos" de la década del 80. Y esa que hoy, 24 de marzo, nos impide analizar con objetividad los sucesos de nuestro pasado. Que nos hace creer que fuimos víctimas de la dictadura, como si hubiera sido impuesta a los argentinos por algunos marcianos. Yo sí me acuerdo, no necesito un feriado para revivir los bocinazos que quedaron grabados en mi memoria.

Fuimos todos. Cuándo vamos a hacernos cargo?

5 comments:

  1. que pluma!!!!
    (comentario de cuando se usaban las plumas para escribir... sean estilograficas o mas viejas aun...)

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  2. Muy bueno.

    No me acuerdo donde lo leí ayer, creo que en Clarín.

    Según Felipe Pigna, el golpe fue pedido por la gente porque los "intereses" le hicieron ver al pueblo que la solución pasaba por ahí.

    La visión de siempre, la gente no tiene la culpa de nada. Es the vast right wing conspiracy. Siempre encuentran un chivo expiatorio. Nunca tenemos la culpa de nada.

    Como soy mal tipo, te voy a corregir. Donde dice "como si habría sido impuesta" debería de haber dicho "hubiera".

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  3. Grazie.

    Blogovido, vos sos del bando de los buenos. Gracias. Corregido.

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