Jul 14, 2008

Marchan la hormiga y la cigarra

-Viva la redistribución del ingreso, hormiguita

Hemos tenido varias opiniones en contra y en favor del "campo" que mañana se manifestará en Buenos Aires.

Pero creo que hay algo que lo resume todo.

Mañana habrán dos marchas y hay algo muy claro que las divide.

En una marcha están los que trabajan, los que producen, los que, más que nada, sólo piden que no les hagan sombra, que los dejen trabajar.

Del otro lado están los vivos que usan cualquier excusa para vivir sin trabajar, los que siempre tienen un verso a mano para justificar que los demás los mantengan hasta la eternidad.

Sin dudas, es una verdadera remake de la fábula de la hormiga y la cigarra, sólo que aquí la cigarra saquea a la hormiga.

Es tan clara la división que hasta para marchar las cigarras necesitan que les paguen, y las hormigas van por su propia voluntad y mediante su propio esfuerzo y ahorro.

Teniendo esto en cuenta, más allá de disgresiones prorepublicanas y cínicas, creo que no hay dudas de qué lado estamos.

Quizás las hormigas algún día se aviven y dejen de creer en el "modelo productivo cigarrista" que las tiene trabajando por migajas desde hace décadas.

5 comments:

  1. 100% de acuerdo. Esto es así:

    "Es tan clara la división que hasta para marchar las cigarras necesitan que les paguen".

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  2. Como siempre, 1000% de acuerdo (lamentablemente).

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  3. Les env�o un art�culo que escrib� Al no estar en forma word, se han suprimido t�tulos, subt�tulos y notas al pie

    En nuestro pa�s, la redistribuci�n de ingresos es una de esas frases que f�cilmente coloca a su emisor en la vereda del "bien", y a sus impugnantes, en la del "mal". Quien ose controvertir ese err�neo consenso acerca de la pretendida necesidad de redistribuirlo, es un malvado indiferente a las penurias de los m�s pobres, sospechado de "neoliberal", lo que al parecer es peor a�n que la maldad o la indiferencia, porque representa la suma incorrecci�n pol�tica y el pecado social. Pese a que lo evidente es que el bienestar en los pa�ses m�s ricos no se debe fundamentalmente a una distribuci�n m�s igualitaria del ingreso, sino a mayores ingresos, se sigue insistiendo en un esquema de "suma cero": la forma de mejorar a los pobres, ser�a quitar mucho a los comparativamente m�s ricos.
    No es que sea indiferente a las penurias de los m�s pobres. Todas las noches, al salir de mi oficina, me desgarra ver ni�os arrastrando precarios carritos cargados de cartones, desperdicios y material reciclable. Pero mi dolor no nubla mi capacidad de an�lisis, ni me lleva a propugnar pol�ticas que no resuelven los problemas, sino en todo caso calman la conciencia haciendo creer que las soluciones surgen m�gicamente de una difusa preocupaci�n, acompa�ada por un nulo an�lisis. Mi rechazo a la redistribuci�n del ingreso obedece a la convicci�n de que no es un medio id�neo para la mejora permanente de las condiciones de vida de la generalidad del pueblo, y que por el contrario, se sacrifican las garant�as individuales y el derecho de propiedad acentu�ndose, adem�s, la pobreza.
    La distribuci�n del ingreso es desigual, pero expresar una realidad nada dice sobre la idoneidad de las medidas para modificarla. Si el term�metro indica que un paciente tiene fiebre, eso no significa que la medida id�nea para reducirla sea introducirlo en una c�mara frigor�fica.
    La mayor parte de lo mucho se habla o se escribe sobre la cues-ti�n, desconoce u olvida que la desigualdad no es una causa de aumento de la pobreza absoluta, y no es cierto que de la mayor riqueza de algunos derive la pobreza del resto. En el mediano plazo, s�lo puede mejorarse a los pobres a trav�s del crecimiento, que a la vez, depende de los incentivos para ahorrar, invertir, trabajar, producir e innovar, todos los cuales se ven reducidos y hasta aplastados �seg�n los alcances de la redistribuci�n- por las pol�ticas redistributivas.
    Las desigualdades de ingresos provienen de las desigualdades del capital humano y no humano. Redistribuir los altos ingresos de personas que viven de su trabajo, pero que han acumulado "capital humano" a trav�s de su capacitaci�n o condiciones naturales, a favor de otras personas, trabajadoras o no, de bajos ingresos, adem�s de no ser justo, reduce los incentivos para trabajar; y redistribuir los altos ingresos del capital provoca el �xodo de capitales, salvo en el corto plazo, para los activos f�sicos que no pueden ser sacados del pa�s ni convertidos f�cilmente en dinero. En el largo plazo, la desinversi�n se traducir� en un empeoramiento de las condiciones de vida de todo el mundo.
    Adem�s, aunque no es lo menos importante, la redistribuci�n generalizada presupone un modelo constitucional de Estado altamente autoritario, si no totalitario.
    Los pa�ses m�s pobres �casi todos los del �frica subsahariana, la mayor parte de los de Latinoam�rica, o ciertas �reas de ellos- son los de de menor ingreso per c�pita. Dentro de nuestro pa�s, el noroeste y el noreste tienen niveles de ingreso por persona o por familias �seg�n la forma que se practique la medici�n- m�s cercanos a los del resto de Am�rica Latina, que las otras regiones de la Naci�n.
    Supongamos que, en la situaci�n actual, el ingreso promedio comenzara a crecer persistentemente, y los de ingresos superiores incrementaran sus ingresos m�s que los estratos inferiores. Evidentemente, mientras mejoren en t�rminos absolutos los de niveles m�s bajos, aunque sea en proporciones inferiores a los sectores medios y de altos ingresos, no habr�a un empobrecimiento de aqu�llos.
    Esa situaci�n se ha repetido a lo largo de la historia en muchos pa�ses. El crecimiento, por lo general, es inicialmente desequilibrado, porque hay sectores o regiones de mayor productividad o cuyos bienes o servicios tienen m�s demanda, que crecen, y otros permanecen relativamente estancados. Cuando un pa�s ofrece oportunidades, es altamente probable que atraiga inmigrantes �provenientes de pa�ses o zonas con menores ingresos medios- y esa afluencia de personas relativamente m�s pobres aumente la desigualdad en la distribuci�n, sin que esa circunstancia sea mala.
    Argentina en su �poca de vigoroso crecimiento fue un pa�s de inmigraci�n, y con seguridad m�s desigual que el territorio yermo y vac�o que era en 1853. Pero, para quienes ven�an de pa�ses devastados por la miseria, las guerras o la persecuci�n pol�tica, religiosa o racial (jud�os que hu�an de los pogroms de la Rusia zarista, italianos y espa�oles que ven�an a "hacer la Am�rica", cuando sus respectivos pa�ses no les ofrec�an posibilidades de progreso; sirios y libaneses con pasaportes turcos; armenios, franceses, galeses, irlandeses), era comparativamente un para�so. Los inmigrantes no buscaban igualdad, sino oportunidades de progreso, y normalmente las personas, cuando su sesera no est� te�ida de ideolog�as te�idas de odio y resentimiento, se alegran de sus mejoras individuales, aunque otros mejoren a�n m�s.
    En el extremo, una c�rcel es probablemente el lugar donde el ingreso se distribuye en forma m�s pareja; las econom�as precapitalistas o socialistas son m�s igualitarias, pero en la miseria. Decididamente, la reducci�n de la desigualdad no mejora la situaci�n de la mayor�a de la poblaci�n, si la econom�a como un todo no crece y si la sociedad no progresa.
    Salvo que se vea como virtud moral la igualaci�n en la miseria �a costa de la supresi�n de libertades y de la propiedad- es evidente que igualar hacia abajo no mejora el bienestar de la sociedad. Los socialismos que a lo largo del siglo 20 y 21 han fracasado y continuar�n fracasando, son probablemente m�s igualitarios en la distribuci�n del ingreso (entre otras cosas, porque los realmente ricos, cuando el pa�s les resulta inhabitable, procuran emigrar aun a costa de la p�rdida de sus bienes fundiarios locales o de sus ocupaciones).
    La comparaci�n entre el sudeste de Asia y �frica subsahariana es elocuente, pues hace pocas d�cadas eran similarmente pobres. Ni Corea del Sur, ni Singapur, ni Taiw�n �ni recientemente China e India- han progresado en base a pol�ticas en gran escala de redistribuci�n, sino por el contrario, de acumu-laci�n. La pobreza se redujo, en un marco inequ�vocamente capitalista. No es que todo sea maravilloso en esos pa�ses. Particularmente China conserva los vicios del partido �nico �el partido comunista- as� como el cercenamiento de las libertades pol�ticas y civiles, y ha cometido grav�simas violaciones a los derechos fundamentales de gran parte de sus habitantes. Pero a�n con todas esas lacras, la situaci�n econ�mica y aun las libertades no econ�micas de sus habitantes han mejorado respecto de la �poca del comunismo mao�sta, que tanta admiraci�n provoc� en las d�cadas del 60 y 70 entre la juventud que ignoraba la dolorosa realidad que all� se viv�a.
    Seg�n datos que obtuve del sitio web www.nationmaster.com/graph/eco_dis_of_fam_inc_gin_ind-distribution-family-income-gini-index, la desigualdad del ingreso �medida por el coeficiente de Gini- var�a entre los distintos pa�ses, desde el m�s igualitario que seg�n la tabla que all� puede consultarse ser�a Dinamarca (0,247), hasta el m�s desigual, que ser�a Namibia (0,707). Las diferencias de desigualdad de ingreso entre los pa�ses son de algo menos que tres veces (0,7007/0,247), muy inferiores a las diferencias en los valores absolutos del ingreso.
    El cuadro comparativo que reproduzco -suponiendo que las estad�sticas sean fiables- evidencia que la mayor igualdad no es un indicador de prosperidad ni de bienestar. Uzbekist�n (coeficiente de Gini 0,268) es m�s iguali-tario que Finlandia (0,269); en Albania �cuyos emigrantes se distribuyen por el resto de Europa- la renta se reparte o se repart�a en forma m�s pareja que en Alemania (0,282 vs. 0,283). Ruanda (0,289) y Ucrania (0,290) presentan mayor igualdad en la distribuci�n que Austria, esta �ltima acompa�ada por Etiop�a (0,3); Rumania y Mongolia (0,303) superan en igualdad a los Pa�ses Bajos (0,309). Bangladesh (0,318) y la India (0,325) son m�s parejos en ese aspecto que Fran-cia (0,327), Canad� (0,331) y Suiza (0,331). Los yemenitas pueden sentirse felices, porque en su pa�s el coeficiente de Gini (0,334) muestra una distribuci�n m�s pareja que Polonia (0,341); los camelleros de Egipto (0,344) deben estar muy contentos, pues gozan de mayor igualdad que Espa�a (0,347), Australia (0,352), Israel (0,355), Irlanda (0,359), Reino Unido (0,36), Italia (0,36) y Nueva Zelanda (0,36). Jordania (0,364), Nepal (0,367), Vietnam (0,37) y Laos (0,37) son pa�ses en los que impera mayor igualdad que en Jamaica (0,379), y ambos superan a Portugal (0,385) y a Estados Unidos (0,408).
    El lector de estas l�neas que privilegie la igualdad por sobre otras consideraciones, puede optar por Uzbekist�n, Albania, Ruanda, Etiop�a, Rumania y Mongolia, Bangladesh y la India, en vez de emigrar a pa�ses m�s desiguales como Francia, Canad� o Suiza (0,331). El men� contempla como variantes a Yemen o Egipto, sin duda preferibles a Espa�a, Australia, Israel, Irlanda, Reino Unido, Italia, Nueva Zelanda o Estados Unidos.
    Las tendencias migratorias muestran, en cambio, que la igualdad atrae m�s desde el punto de vista ideol�gico que de las decisiones vitales. Llegado el momento de emigrar, la gente se gu�a por su ansia de progreso y libertad, no por el deseo de igualdad, y por algo las personas no hacen cola en las embajadas de los pa�ses socialistas.
    �Y en nuestro pa�s?
    Las estad�sticas son poco confiables, no s�lo por las manipulaciones que se efect�an, sino porque las elevadas inflaciones e hiperinflaciones sufridas distorsionan los precios e ingresos relativos del pasado, y porque los aumentos masivos de salarios nominales en �pocas de inflaci�n generaron saltos de ingresos "estad�sticos" en el per�odo que se otorgaban �antes de que el aumento de precios los redujera o en el mejor de los casos los mantuviese en t�rminos reales, en los valores previos a su aumento- y tornan dif�cil la medici�n del ingreso en moneda constante.
    Seg�n datos que obtuve del INDEC, entre 1974 y 1991 el decil de ingresos m�s elevados aument� su participaci�n del 28,1% al 41,6%. Es dudosa la exactitud de esas cifras, porque al calcularse el ingreso de 1974 sobre los precios congelados �que no reflejaban la realidad- y no computarse el desabastecimiento que sigue al control de precios, sobreestimaban del ingreso de los m�s pobres, y subestimaban el ingreso de los m�s ricos. Pero supongamos que sean veraces y exactas. Si se privara del 50% de los ingresos que percibe el decil m�s alto despu�s de pagados los impuestos directos �lo que ser�a confiscatorio, pues las ganancias superiores a $ 90.000ya est�n sometidas a un impuesto con una al�cuota del 31%, trepando la escala hasta el 35% por los montos superiores a $ 120.000 (art. 90 de la ley 20.628)- esa imposici�n adicional significar�a podar m�s del 67,5% de las ganancias (las ganancias son inferiores a los ingresos, pero si al efecto del an�lisis se los equiparase, recortar el 50% de los ingresos del grupo m�s rico significar�a el 35% m�s el 50% del 65%, es decir 35% m�s 32,5%). A ello habr�a que sumar el impuesto a los bienes personales, m�s los tributos locales que gravan los inmuebles y otros bienes del activo (impuesto inmobiliario, impuesto sobre los automotores y rodados), m�s el impuesto sobre los ingresos brutos.
    Aun procediendo a esa arbitraria confiscaci�n, s�lo se obtendr�a un 20,8% del ingreso (50% de 41,6%), para distribuirlo entre los deciles de m�s bajos ingresos. Este esquema supone que la redistribuci�n no tendr�a costos ni "filtraciones" en su administraci�n �es decir, que no se desperdiciar�an recursos y que nada ser�a retenido por los funcionarios encargados de poner en funcionamiento la maquinaria "redistributiva- y que no afectar�a los incentivos para trabajar, ahorrar, invertir e innovar dentro del pa�s. Pero a�n en esa hip�tesis carente de realismo, es muy poco lo que podr�a mejorarse a los m�s pobres, muy inferior a lo que se lograr�a con poco tiempo de sostenido crecimiento.
    En realidad, la quita de ingresos a los relativamente m�s ricos s�lo podr�a hacerse una vez. En per�odos siguientes, los verdaderamente pudientes y quienes disponen de activos �sea l�quidos o capital humano- aprovechables internacionalmente, lo trasladar�an masivamente fuera del pa�s.
    La distribuci�n del ingreso no es independiente de su generaci�n. En t�rminos generales, los ingresos constituyen la retribuci�n de los factores de producci�n, y son remunerados conforme con su productividad marginal, es decir, lo que contribuyen a incrementar la producci�n total. Dejamos de lado el sector p�blico, en que los ingresos se asignan en forma pol�tica o al menos conforme a criterios discrecionales.
    El ingreso no es una bolsa com�n, de la que se "apropian" algunos individuos o sectores, sino la contrapartida de la producci�n y venta de bienes o servicios. Si los que producen ven reducida su retribuci�n y cercenadas sus posibilidades de ahorrar, disminuir�n y en el extremo eliminar�n la oferta de sus bienes o servicios, empobreci�ndose as� la colectividad.
    La redistribuci�n, si se realiza en gran escala, provoca �xodo de capitales. Supongamos que la redistribuci�n de los ingresos fuera tan amplia y exitosa, que realmente se suprimieran los ingresos de los sectores m�s pudientes en beneficio del resto. Dada la mayor propensi�n marginal al consumo de los sectores de m�s bajos ingresos, y la privaci�n de una parte significativa de sus rentas a los sectores comparativamente m�s ricos, el total del consumo se incrementa-r�a, y a la vez la oferta local de bienes y servicios se reducir�a.
    Ese incremento del consumo tender�a a generar d�ficit en la balanza comercial, si no fuera compensado por un aumento del ahorro p�blico (es decir del super�vit fiscal). Pero un estado redistribuidor, que procura aumentar el consumo, dif�cilmente restrinja el gasto p�blico, y hemos supuesto que ya increment� la tributaci�n para obtener la ansiada redistribuci�n.
    Una mayor demanda interna, no acompa�ada de un incremento en la oferta, y un gasto p�blico m�s elevado tienden a generar a la vez d�ficit comercial y d�ficit fiscal, que en el mediano plazo se resuelven en inflaci�n y devaluaci�n �reduciendo nuevamente, en valores reales, los salarios, los ingresos y la absorci�n interna- y pauperizando nuevamente a los m�s pobres.
    Si no se entiende que las econom�as en las que los asalariados tienen mayores retribuciones sostenibles son las que cuentan con mayor dotaci�n de capital (humano y no humano) per capita y tecnolog�a m�s avanzada, no se conoce nada del funcionamiento de los sistemas econ�micos. Ese desconocimiento produce tr�gicos errores y pobreza generalizada, aunque con las mejo-res intenciones se procuren los fines m�s elevados.
    Si los salarios reales dependen de la productividad del trabajo la �nica posibilidad de aumentarlos, en el largo plazo, es mediante el incremento de aqu�lla. Un incremento de la productividad del trabajo del 3% anual parece un objetivo modesto comparado con las estad�sticas falseadas con que se nos atiborra �ltimamente, pero si se lo hubiera obtenido en los �ltimos treinta a�os, sin "milagros" ni devaluaciones salvajes, sin crecimientos espectaculares ni depresiones, sin hiperinflaciones destructoras de los ahorros ni confiscaciones pseudo legales, los salarios reales se hab�an duplicado (m�s exactamente, se habr�an multiplicado por 2,093).
    Y eso s�lo puede obtenerse en forma continuada, dentro de un marco de libertad econ�mica, seguridad jur�dica y protecci�n del derecho de propiedad.
    En Argentina, el 41,6% del ingreso para el decil m�s rico �suponiendo que esos datos sean confiables- significa, sobre un ingreso disponi-ble estimado en menos de U$S 200.000 millones, U$S 83.200 millones. Tomando una base de 26 millones de familias, el 10% son 2.600.000 familias, por lo que el ingreso por familia correspondiente al decil m�s rico ser�a de U$S 32.000 anuales por familia; o al tipo de cambio actualmente vigente (en torno de $ 3,1 por d�lar estadounidense), $ 99.200, es decir $ 8.267 mensuales. No es el ingreso de familias estrictamente ricas, sino relativamente en mejor condici�n, y para sorpresa de los entusiastas de la redistribuci�n, muchos de ellos se encontrar�n dentro del decil de ingresos m�s elevados.
    4. Los ingresos no son el �nico indicador de bienestar
    Aislando por ahora del an�lisis que un estado redistribuidor no puede ser federal; que requiere de un poder ejecutivo macrocef�lico y de una justicia adicta que no ponga l�mites al poder fiscal; que la redistribuci�n, si es generalizada, elimina las energ�as para producir y trabajar, y alienta la fuga de capitales y de personas, tampoco es justo. Un anciano de altos ingresos con c�ncer y necesidades mayores, deber�a aportar a favor de j�venes sanos de bajos ingresos, en una medida mucho mayor de lo que ya lo hace.
    Contrariamente a lo que se afirma en forma simplista, los sectores de altos ingresos y las empresas son los �nicos que pagan sumas considerables de impuestos directos (a las ganancias, a los bienes personales, a la ganancia m�nima presunta; impuestos inmobiliarios; los impuestos a los automotores y rodados m�s altos). Gravarlos con mayor intensidad requiere de un ej�rcito de nuevos inspectores, mayores arbitrariedades y persecuciones del fisco. Aumentar el "gasto social" �si es empleado con eficiencia- puede (ni siquiera es seguro) reducir los niveles m�s extremos de pobreza o algunos de sus m�s lacerantes efectos, pero no har� a los pobres m�s ricos.
    La educaci�n s� puede disminuir la pobreza, pero eso es algo diferente de la distribuci�n del ingreso. La pobreza no es s�lo un problema de bajos ingresos, sino de un reducido valor del "capital humano" (dicho sea esto sin ninguna connotaci�n peyorativa). El problema de los m�s pobres no son s�lo sus bajos ingresos, sino su escasa posibilidad de incrementarlos, porque su productividad es muy baja o nula.
    Y la educaci�n p�blica argentina tampoco aminora la marginalidad, puesto que, cualesquiera sean sus intenciones, no alienta la capacidad, ni el esfuerzo, ni la competencia, ni el mejoramiento, y por el contrario, en su af�n de evitar la "expulsi�n" del sistema, fomenta las conductas destructivas y antisociales, al punto que en una generaci�n, la clase media, que enviaba a sus hijos a las escuelas p�blicas en una proporci�n significativa, ha huido de ellas, aterrada por la inseguridad, la politizaci�n, la p�rdida de horas de clase y el permanente incentivo a la transgresi�n, la destrucci�n y el salvajismo.
    Los pa�ses progresan cuando hay seguridad jur�dica, que permi-ten el ahorro, la inversi�n, la acumulaci�n de capitales, la iniciativa privada, el desarrollo de emprendimientos novedosos y rentables, la incorporaci�n de tecnolog�as y el mejoramiento de la educaci�n. La redistribuci�n, si se la toma en serio, mata todas esas iniciativas, y sus frutos son exiguos.
    Argentina es, a nivel de normas, un pa�s con pretensiones de socialdem�crata. Ya el Estado tiene enormes facultades, lo que en la pr�ctica significa un poder ejecutivo fuerte, a despecho de las cr�ticas verbales que se dirigen contra la acumulaci�n y delegaci�n de poderes. Pretender la redistribuci�n en una medida mayor de lo mucho que intenta hacerlo el sistema impositivo, significar�a un estado autoritario, si no totalitario, y opuesto a lo que resta de liberal de la Constituci�n de 1853. El gobierno nacional deber�a contar con otras fuentes de ingresos que las que prev� el art. 4 de la Constituci�n; la garant�a de la propiedad (art. 17) quedar�a hecha a�icos; las pol�ticas nacionales suponen ingresos nacionales, y privar a�n m�s a las provincias de sus fuentes de recursos, que constitucionalmente les corresponden; el Poder Judicial deber�a convalidar m�s amplias delegaciones de poderes en el ejecutivo o en dependencias de �ste. Frente a la nobleza real o pretendida de los objetivos, los reparos de orden jur�dico ser�n presentados como objeciones de abogados del establishment, de �para emplear las palabras de Marx- "sicofantes de la burgues�a". La l�gica de las supuestamente ilimitadas potencialidades del Estado para hacer el bien, conduce a que todo lo que estorbe la consecuci�n de esos fines sea primero mirado con disfavor, y luego demonizado. El paso siguiente, y mucho m�s cercano de lo que se cree, es la persecuci�n de los disidentes.
    El discurso totalitario �sea cual fuere su signo ideol�gico- siempre discurre por similares senderos: nuestros objetivos son tan elevados, que los medios deben ser proporcionados a su consecuci�n; luego, est�n justificados, sean cuales fueren los obst�culos jur�dicos o institucionales, porque fines tan altos justifican medios excepcionales; emprendido ese camino, no se pueden tolerar obst�culos, y el que discute los medios en realidad se opone a los fines; el derecho, como la econom�a, deben estar al servicio del hombre; luego��al demonio las garant�as y la Constituci�n!
    Por supuesto, no todos los pa�ses recorren ese camino. Pero una vez que se acepta sin discusiones las premisas, los debates se centran en aspectos instrumentales o en l�mites a las pretensiones estatales, pero habitualmente se admite como incuestionable que la redistribuci�n del ingreso es deseable, es posible, y si no se logra es por imperfecciones �ticas de sus instrumentadores o de quienes se le oponen, incluidos los propietarios que se resisten a ser sacrificados en tributo al omnipotente dios estatal.

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  4. Julio, no se lee bien el texto, por favor envialo de nuevo como Word o texto normal a opinadorcompulsivo@gmail.com

    Gracias

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  5. Julio, mandamelo por mail, por favor!

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