Sep 14, 2008

El argentino de las Rhodesias

A continuación y gracias a la amabilidad de Louis les contaré las aventuras de un argentino al que conocí en Harare que se llama Carlos A.

No confundir con mi gran amigo de muchos años y actual Co-Blogger de Blogbis.

A principios de los 70, Carlos vivía en Avellaneda, su paraje natal, y estaba de novio, muy en serio, con una vecina, Silvia, quien tenía 19 años en ese entonces. Carlos había terminado el industrial tres años antes y trabajaba en Sarandí.

Según su relato, una chica de Sarandí, hija de un conocido matarife de la zona, pretendió endilgarle un embarazo del que él negaba ser el autor responsable.

No habiendo todavía pruebas de ADN, al padre de la niña le importaba tres belines quién era el padre del futuro nieto, pero dado que la nena apuntaba como un Pointer de pura raza hacia Carlos quería a toda costa que éste se casara con su hija y se hiciera cargo. De lo contrario, amenazaba con pasarlo a cuchillo literalmente.

Carlos, convencido que la amenaza no era vana sino muy real y también sabiendo que él no era el padre del futuro niño, decidió que lo más conveniente era rajarse del país e irse a Australia, lugar al que muchos argentinos empezaban a ir en busca de un futuro mejor (no todos rajaban de acusaciones de embarazo, aclaro).

Fue a una agencia de turismo a comprar el pasaje y la empleada, buena persona pero mala vendedora, le dijo que probara suerte en Sudáfrica ya que el pasaje era mucho más barato y estaba, y sigue estando, bastante más cerca de la Argentina. Ni lento ni perezoso, Carlos compró el pasaje, se despidió desgarradoramente de su familia y de Silvia y se fué al África.

Llegó al aeropuerto de Capetown y se puso a buscar a alguien que tuviera aspecto de argentino para que lo orientase porque, me olvidé mencionarlo, CARLOS NO HABLABA UNA PAPA DE INGLÉS Y MUCHO MENOS DE AFRIKAAN!!!, lo que constituiría una barrera casi infranqueable para cualquiera menos para él.

Caminó bastante el aeropuerto y la inmensa mayoría de la gente que veía tenía aspecto de inglés, de boér (él no sabía que se llamaban así) o de negro. Cuando ya desesperaba de encontrar a alguien de aspecto ríoplatense o latino (había bajado sus pretensiones) vió a un señor que, me dijo él textualmente, "tenía mucha pinta de argentino" pese a que estaba vestido con una ropa típicamente sudafricana que consiste en una chaqueta-camisa de mangas cortas con bolsillos plaqué, medias de hilo hasta abajo de la rodilla, pantalones cortos y borceguíes de media caña.

El caso es que este orate se acercó al mencionado señor y le preguntó: "¿Habla castellano?" sin siquiera decirle buenas tardes.

El tipo respondió en perfecto castellano "Sí" mientras lo miraba con curiosidad. Carlos le largó una parrafada desesperada explicándole que venía a trabajar (no dió los detalles) y que, aunque tenía dinero, necesitaba algo de ayuda porque no sabía inglés. El tipo largó una carcajada y lo interrumpió diciéndole en perfecto porteño: "Pibe, vos estás totalmente en pedo, venirte a Sudáfrica así, sin saber un pito. Pero tenés un tarro bárbaro porque yo soy argentino".

El Sr. era gerente de la embotelladora de Coca Cola de Capetown y lo llevó a alojarse en la fábrica. Carlos es muy entrador y simpático y al gerente le dio pena. Le dio laburo, en negro (eviten el chiste fácil), le presentó a su familia y a un grupo de amigos argentinos.

El caso es que el joven Carlos fue aprendiendo inglés a los ponchazos mayormente hablando con los obreros y técnicos morochos (uso las palabras que los rioplatenses en África empleamos, para evitar problemas, en lugar de decir negros) que tienen muy diversas formas de pronunciar inglés según el grupo lingüístico de su tribu.

El caso es que habla inglés como un morocho sudafricano que perteneciera a diversas tribus...

Pasó así casi un año y, como es blanco, la Policía nunca lo paró para pedirle documentos, pero su situación irregular lo tenía muy nervioso. Había ido conociendo a varios argentinos, uruguayos, italianos y españoles que estaban también ilegalmente y juntos trataban de buscar la forma de regularizar la cosa.

Un buen día, un español que decía haber sido cura, entró corriendo al café donde solían reunirse y les explicó que se había enterado que el Gobierno de Ian Smith daba residencia permanente a los extranjeros que se alistasen para pelear contra los morochos que querían la independencia.

Lógicamente, varios se borraron porque sabían que la cosa en Rhodesia estaba muy jodida aunque la mayoría de los combates y atrocidades pasaban en las farms o en el bush y no en Salisbury.

Carlos y siete más, incluido el ex-cura, fueron al Consulado de Rhodesia (les recuerdo que Sudáfrica había reconocido al Gobierno de Smith) para averiguar cómo era el tema.

Allí les explicaron que daban la residencia a los extranjeros que se alistasen en el Ejército o en la Policía y que, luego de dos años, daban la ciudadanía rhodesiana. Confidencialmente, un empleado les batió la justa, que les convenía entrar en la Policía porque ésta vigilaba ciudades, pueblos y carreteras, pero iba al bush sólo un mes al año. En cambio, el Army estaba en operaciones rotativas de tres meses de duración.

Carlos y sus compañeros prometieron pensarlo y fueron a tomarse unas cervezas Läger a un bar vecino. Luego de unas cuantas Läger, tomaron la etílica decisión de alistarse en la Policía y lo hicieron esa misma tarde. Al día siguiente ya estaban metidos en un vuelo a Salisbury donde los recibieron cordialmente y los enviaron a un campo de instrucción a prepararse.

Carlos me contó que la instrucción le pareció fácil, ya que había hecho la colimba como coreano en Argentina, pero mucho más intensa en cuanto a trampas cazabobos, manejo de subfusiles y metralletas, etc.

El caso es que estaba encantado de ser poli, estaba muy bien pagado, vivía en el cuartel así que ahorraba mucho, tenía un uniforme espléndido bien "british", una buena pistola y Salisbury era una ciudad tranquila, casi sin peligro y encantadora.

El asunto cambió cuando a los seis meses lo llevaron al bush cerca de la frontera con Zambia. Los metieron en el monte con sus pistolas y unas pocas Sterling. Me explicaba que tenía un cagazo terrible mientras seguía al hombre de punta en medio de los matorrales que, como era la época lluviosa, estaban llenos de hojas y se veía sólo a un par de metros. Decía que era terrible la sensación de que en cualquier momento te podías comer un balazo, o pisar una mina o una trampa vietnamita a las que eran tan afectos los guerrilleros.

El caso es que patrulló durante varios días sin que nada pasase hasta que, justo cuando ya se sentía un veterano, entró en combate. En una fracción de segundo sólo se oían los tiros de AK 47, el ruido de las balas cortando ramas y hojas y el seco tableteo de las Sterling. No vio a ningún enemigo y se limitó a disparar con su pistola en la dirección que tiraban sus compañeros mientras trataba de enterrarse lo más profundo que podía en el barro. De pronto, escuchó clarita la orden "Cease Fire", levantó la cabeza y vio a su oficial que lo miraba con aire socarrón mientras le decía: "You are a damned good digger".

Le temblaban tanto las manos que no pudo ni encender un cigarrillo ni tomar un trago de la cantimplora porque no embocaba la boca (la de él, no la de la cantimplora). El ruido de los AK 47disparando le había parecido ensordecedor al lado de los de su pistola. Su único consuelo era que no se había cagado ni meado encima. Al mismo tiempo, estaba furioso con los guerrilleros que habían pretendido matarlo a él, a la cosita de su mamá, a un argentino con un futuro de grandeza!!! Se lo tomó a pecho y en forma personal.

Cuando estaban vivaqueando ya había notado que los soldados del Ejército rhodesiano estaban mucho mejor equipados para el combate que los polis. Tenían fusiles de asalto sudafricanos, granadas de humo y de fragmentación, uniformes camuflados, ametralladoras ligeras y pesadas y morteros. Averiguó si era posible pasarse al Ejército y le dijeron que sí, pero que tendría que recibir instrucción militar.

De regreso en Salisbury, se reunió con sus compañeros de Sudáfrica a intercambiar experiencias. Todos coincidieron en que estarían más seguros en el Ejército porque los guerrilleros trataban de evitar chocar con las tropas y atacaban las granjas y puestos policiales aislados. Además, si les tocaba combatir, estarían mejor equipados.

Se habían enterado que el Ejército asignaba grados militares según el grado de educación formal que tuvieran los voluntarios. Los argentinos que los tenían, inmediatamente buscaron sus títulos secundarios que les permitirían ser, como mínimo, suboficiales, pero Carlos y otros dos notaron que les faltaban las correspondientes legalizaciones de los ministerios y, sobre todo, el de la Cancillería. Sin ellos estaban liquidados. Por otra parte, los dos uruguayos y un argentino no tenían ni un miserable papel de estudio alguno.

La solución estaba en pedir permiso e irse al Consulado en Johannesburgo, pero el vuelo tenía un precio prohibitivo y para ir por tierra había que ir en convoyes militares porque había partes del camino muy peligrosas. Como la suerte está de mano de los audaces y estos pibes eran una manga de inconscientes, decidieron que los rhodies en su perra vida habían visto diplomas argentinos y, por lo tanto, ¡¡¡se pusieron a falsificar sellos y los propios diplomas!!!

Uno de los chicos era matricero y se puso a copiar en plancha de corcho grueso los sellos oficiales. El ex-cura español tenía muy buena letra y sabía escribir con letras inglesas muy elegantes. Él se ocupó de hacer los diplomas que acreditaban que los dos uruguayos y el argentino se habían graduado de Técnicos Agropecuarios en la Facultad de Agronomía ¡¡de la Universidad Nacional de Baradero, prov. de Bs. As.!!!

Munidos de esta papelería, se enrolaron en el Ejército y les asignaron rango de cabos a todos, cosa que, sospecharon, demostraba que los rhodies no eran tan nabos.

HAGO UNA ACLARACIÓN NECESARIA: CUANDO ESTANDO EN SU CASA Y CONOCIÉNDONOS DESDE HACÍA YA UN TIEMPO, CARLOS A. ME CONTÓ TODO ESTO DE LOS SELLOS Y DE LOS DIPLOMAS, NO LE CREÍ.
ÉL, MEDIO CABREADO, LA LLAMÓ A SU MUJER QUE ME CONTÓ LO MISMO RIÉNDOSE DE LA LOCURA DE SU MARIDO Y DEMÁS CÓFRADES. EDUCADAMENTE ACEPTÉ LA VERACIDAD DE LO DICHO, PERO CARLOS SE DIÓ CUENTA DE QUE YO SEGUÍA CONVENCIDO DE QUE ME HABÍAN MENTIDO. SE FUE A SU CUARTO Y VOLVIÓ CON UNA BOLSA DE PLÁSTICO Y LA VACIÓ SOBRE LA MESA. ¡¡¡ERAN LOS SELLOS HECHOS EN CORCHO DEL MINISTERIO DE EDUCACION, DE LA CANCILLERIA Y DEL ESCUDO NACIONAL ARGENTINO!!! ¡¡¡LOS HABÍAN FALSIFICADO REALMENTE Y ESTABAN MUY BIEN HECHOS!!! ESTO LO VI YO CON MIS PROPIOS OJOS, NO ME LO CONTÓ NADIE Y PUEDO DAR FE DE ELLO.

A PARTIR DE ESE MOMENTO, CARLOS GOZÓ DE MI TOTAL CREDIBILIDAD Y ADMIRACION.

Volviendo al relato de la historia de Carlos, les diré que participo en varios combates y salio de la guerra como sargento, dos veces condecorado al valor.

La otra parte importante de su historia se refiere a Silvia, su novia de Avellaneda. Se habían carteado con mucha frecuencia y seguían queriéndose mucho. Por más que el joven Carlos había sabido ligar bien entre las rhodies, no estaba feliz, le faltaba algo.

Al final de su primer año en el Ejercito rhody y luego de obtener su primer medalla al valor, le dieron una licencia de tres meses que aprovechó para volver a la Argentina.

Se pasó los tres meses con su familia y con Silvia, sin pisar Sarandi ni por asomo.

Cuando le tocaba volver a Rhodesia, le entregó a Silvia un pasaje, de ida solamente, de Buenos Aires a Salisbury y le dijo que si ella realmente lo quería y quería casarse con él, la esperaba en Salisbury. Cuatro meses mas tarde, Silvia llegó a Salisbury y se transformó en la Sra. de A. que yo conocí en Harare bastante tiempo después.

Luego de la independencia de Zimbabwe, Carlos y Sra. se quedaron en Harare. El pidió la baja del Ejercito y empezó a trabajar en la filial local de la compañía inglesa MC Plumbing.

Cuando yo lo conocí, era el dueño de la empresa en Zimbabwe. Hasta el año 1997 sé que todo le había ido muy bien, pero la situación en Zimbabwe se fue haciendo tan espesa que decidieron vender todo y regresar a la Argentina. El hijo mayor trabaja en una tabacalera en Salta y la hija se caso con un inglés y vive en Londres.

Si entran a Internet y buscan el Hotel Elephant's Hill en Victoria Falls, se encontraran con un gran hotel que se inauguro en 1992.

La gritería, sanitarios, azulejos y mosaicos del hotel !!!SON ARGENTINOS!!!

!!!CARLOS FUE EL QUE REALIZO TODA LA OBRA DE PLOMERÍA Y REVESTIMIENTOS EMPLEANDO PRODUCTOS IMPORTADOS DE ARGENTINA!!!

Creo que ningún argentino puede imaginar que, muy cerca de las Victoria Falls, hay grifería FV y cerámicas San Lorenzo...

Espero les haya gustado esta historia absolutamente verídica, aunque pueda parecer de ficción.

YO (el Enmascarado)

8 comments:

  1. Muy bueno, Enmascarado, queremos más.

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  2. Enmascarado, lo tuyo es brillante. Disfrute muchisimo estos posts.

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  3. Que historia, que huevos! Me acordé de por que me gustaba leer a Salgari! Por las ocurrencias de mi bisabuelo hay cosas muy familiares. Mi abuela paterna era una francesa noble que terminó viviendo en un campo en Formosa, y siempre habló castellano como un peón paraguayo, y mi viejo aprendió a hablar guaraní antes que castellano porque era lo único que se hablaba, salvo en su casa donde hablaban frances. Es notable que por aquellos lados siempre hubo algun frances de Argelia, personajes de ese tipo, supongo que tienen algo que los lleva por unos caminos bastante particulares.

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  4. Maravillosa historia. Que vengan otras!

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  5. No aflojes hasta que te paguen, Enmascarado.
    Los conozco a los opinadores; tienen un cocodrilo en el bolsillo.

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  6. A pedido de la amable audiencia aquí va otra historia de Tales from Harare, como los bautizó Blogovido:

    Hacía rato que vivía en Harare y había aprendido bastantes cosas sobre Zimbabwe. Entre ellas, que la elite dirigente tenía como modelo de orden y buena educación a los ingleses, pese a todo el discurso en contra. Así, los niños usaban los típicos trajes de escuela privada británica; la policía tenía los mismos uniformes coloniales, pero con escudo diferente. Iban impecablemente vestidos y con los correajes de cuero y las botas perfectamente lustrados. También el Ejército mantenía con rigidez todo lo que fuera inglés: los uniformes de día y de gala de los oficiales y suboficiales eran idénticos a los de la colonia, incluyendo la versión con pantalones cortos, medias hasta la rodilla y botas, las voces de mando, las maneras de saludar y de hacer orden cerrado eran totalmente british.

    Como los varones hacían la colimba a los 18 años, tenían marcada la impronta militar inglesa y esto explicaba por qué los guardias de seguridad de mi casa me saludaban como lo hacían: se cuadraban a la inglesa (con el doble paso levantando las rodillas) y hacían la venia a la manera de los british llevando la mano al casco con la palma de la mano hacia delante. Lucían impecables en su uniforme azul de corte militar y pantalones metidos adentro de las botas al estilo paracaidista.

    En Zimbabwe era costumbre que los empleados domésticos, incluyendo a los guardias, recibieran, además de su salario, una “provista”. Esta consistía en una bolsa de 20 Kgs. de harina de maíz, 6 latas de Corned Beef (la famosa Viandada), 6 latas de sardinas, 1 lata de aceite, velas, fósforos y un frasco grande de Vasenol. Esto último se debe a que el clima seco y el sol les hace pelota la piel a los morochos.

    La dieta del zimbabwano medio está reducida prácticamente a los alimentos que mencioné. Todos los días comen polenta, que llaman Milimeal, con un poco de viandada o pescado. Los que pueden le agregan alguna verdura y sólo los ricos comen carne.

    Una mañana, la mucama me despierta a eso de las 7,00 Hs. y, muy alterada, me dice ¡¡¡Master, Master, the guards are fighting!!! ¿What?, fue mi lúcida respuesta. Me dijo que se estaban peleando por la provista. Yo no entendía nada, pero abrí la persiana y ví a los dos guardias, adentro del jardín, que se estaban trompeando de lo lindo. Eran chicos de alrededor de 20 años que siempre se habían comportado muy bien y me extrañó que estuvieran peleando. Le pregunté a la mucama si estaban borrachos y me dijo que no. Ahí noté que habían tenido el cuidado de sacarse la chaqueta y la camisa del uniforme y estaban peleando, limpiamente, a las trompadas. Tampoco dejé de notar que tenían un lomo bastante más considerable que el mío, excepto en la cintura donde yo les ganaba por afano, y que si me metía iba a cobrar como en bolsa. Ni pensé en llamar a la poli porque la experiencia ajena me había enseñado que los iban a hacer mierda y que todo podía terminar mal.
    Una súbita idea me vino a la cabeza. Me vestí a los piques con una camisa estilo militar, bermudas, medias hasta la rodilla y borceguíes, todo de color khaki (mi ropa para ir al bush), agarré la Walter PP que guardaba en el cajón de la mesita de luz amartillada y con el seguro puesto, la metí en el bolsillo del pantalón, me puse mi sombrero (tipo australiano) que le había comprado por 10 u$s a un guardiaparque en Nyanga, y bajé rápidamente las escaleras. Sentí que me faltaba algo que demostrase autoridad y que al mismo tiempo sirviera para defenderme, agarré un atizador corto de la chimenea y me lo puse bajo el brazo como el stick de los oficiales.

    Vestido de esta guisa y munido de toda mi parafernalia ofensiva-defensiva, abrí la puerta y salí al porche (notarán que no cerré la puerta ya que es de sabios mantener una ruta de escape)y, cuadrándome, grité con toda mi fuerza y poniendo voz de macho: ¡¡¡ATTENTION!!!
    Los dos morochos me miraron y...¡¡¡MILAGRO!!! en lugar de cagarse de risa, posibilidad que no había descartado, sin titubear se cuadraron, pegaron las manos al pantalón y pusieron vista al frente.
    ¡¡¡¡AJAJAAAAA, FUNCIONÓ¡¡¡, pensé. Y entonces me inspiré en David Niven, con el cual tengo algún parecido ya que uso bigote, y me aproximé digna y lentamente hacia los guardias que, tiesos, mantenían la vista al frente.

    PAUSA PARA CARLITOS: vos que me conocés muy bien podrás imaginar que me metí totalmente en el papel de British Officer impasible, frío y decidido que hacía frente desdeñosamente a una horda de nativos (¿dos alcanzan para una horda?).
    Imaginate la escena y cagate de risa un poco.

    SIGUE EL RELATO

    Una parte de mi mente estaba concentradísima en mantenerme calmo y la otra parte tiraba cohetes y tocaba pito de alegría por haber evitado que hubiera una efusión de sangre, ¡¡la mía!!
    Me acerqué mirándolos fijamente a cada uno (por turnos porque solo tengo dos ojos y no soy estrábico) y, manteniendo un tono castrense, les dije:
    ¡Me avergüenzan por su manera de actuar absolutamente inaceptable! ¡Dos hombres peleando como chicos! ¡Dando un espectáculo vergonzoso al resto del personal. ¡Peleando en mi casa además, lo que es un insulto hacia mí que no voy a tolerar de ninguna manera! y otras cosas por el estilo.

    Todo esto se los decía (en inglés, obviamente) mientras me mantenía a sus espaldas hablándoles con la cara pegada casi a la nuca al estilo oficial instructor (esta posición ofrece la ventaja de que difícilmente te puedan pegar una trompada en la jeta si estás en su nuca. Esto está previsto por los milicos desde los romanos para acá y funciona muy bien).

    Toda la escenita me llevó unos 2 o 3 minutos y, ya agotado mi speech cuartelero, les dí permiso para hablar, cosa que les había negado antes. El motivo de la pelea era que a uno le faltaba una lata de viandada y sospechaba que el otro se la había robado, hecho que éste negaba rotundamente. Para hacerla corta, les diré que la famosa lata se había caído y estaba en el depósito donde guardaban sus cosas.

    Volví a la casa sintiéndome maravillosamente bien al compás de la Marcha de San Lorenzo cuyos acordes triunfales resonaban firmemente en mi cabeza. Estaba muy satisfecho por haber frenado solito una pelea, solucionado un problema y todo sin morir contento luego de haber batido al enemigo. Además, lo había conseguido delante de todo el personal de la casa.

    Pedí el desayuno y me senté a paladear la sensación de triunfo. Estaba encantado conmigo mismo, una idea media loca había funcionado muy bien gracias a que un sargento instructor les había inculcado a esos chicos un casi reflejo condicionado ante las voces de mando y los símbolos de autoridad.

    ¡Qué orgulloso me sentía!¡Qué genial había estado mi actuación, mejor que Alec Guinnes en el Puente sobre el Río Kwai!
    Mi otro yo me decía: ¡Qué grande, sos Gardel, macho!!!

    Pero, los dioses ante el pecado de la hybris reaccionan y cuando agarré la taza de té ¡¡¡LAS MANOS ME TEMBLABAN TANTO DEL CAGAZO RETROSPECTIVO QUE ME VOLQUÉ EL TÉ ENCIMA Y ME QUEMÉ HASTA LAS PELOTAS POR LOS PUTOS PANTALONES CORTOS.!!!

    Si recuerdan mi historia anterior, comprobarán que, en África, los argentinos vivimos diversas situaciones que nos producen temblores en las manos y las piernas aunque no tengamos malaria.

    Espero que les haya gustado esta otra historia verídica de Zimbabwe con moraleja: No tomen té caliente con pantalones cortos.

    YO (el enmascarado)

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  7. Excelente historia la del argentino. Al mejor estilo de un Rider Haggard, Hemingway, Wilbur Smith, etc. Y de aqui, sin ninguna duda el maestro Robin Wood

    Diego Velez

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  8. Qué lujo el Opinador.

    Esas cosas sólo le pueden pasar a un argentino o a un british. El mismo nivel de locura.

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