Todos los años para esta época, la escuela de Los Opinadoritos le da a cada alumno una caja de chocolates para vender entre familia y amigos a beneficio de la fundación, el equivalente local de la cooperadora. Los chicos que más venden tienen más posibilidades de ganar una bicicleta en un sorteo.
Los chocolates suelen ser muy ricos, hechos en Bélgica, y suelen venir en varios gustos: almendras bañadas en chocolate (mis preferidos), barras de chocolate amargo, rellenos con dulce de leche (caramelo, le dicen acá), con almendras, etc.
Este año, la corrección política fue más fuerte y la caja sólo incluye los de chocolate amargo. La idea es favorecer una "opción más saludable".
El resultado: no los compra nadie. Ya hablé con varios vecinos con chicos en la escuela y la calentura es generalizada. El consenso parece ser que comer un chocolate no es cosa de todos los días y que cuando se toma la decisión de hacerlo es para disfrutarlo, no para resignarse a comer una barra de arcilla endulzada con sacarina. Mi amiga Caroline propone directamente mandarlos de vuelta a la cooperadora tal como salieron para que entiendan que la idea fue un fracaso estrepitoso.
¿Se darán por aludidos? No creo, es más importante decirles a los demás cómo deben vivir sus vidas.
Devolvé los chocolates con una apropiada leyenda en argentino, para que las autoridades de la escuela practiquen lenguas, con la sugerencia de que se los metan en el tujes.
ReplyDeleteEso mismo les dije a los chicos y se cargaron de risa.
ReplyDelete