En 2002, la Asamblea Nacional de Québec, el parlamento provincial, votó una ley para terminar con la pobreza. Ahora hay quienes le echan en cara a Jean Charest, el primer ministro, el hecho de que pasaron 7 años y los pobres siguen como si nada.
Yo honestamente no termino de entender. Para nada sorprendente, las cosas me cuestan horrores.
Vamos a ver. Hasta donde sé, la pobreza es un fenómeno relativo. Siempre se es más pobre que alguien. Como siempre alguien va a tener mayores ingresos que alguien, siempre habrá pobres. Como descubrieron hace años colectivistas y estatistas, si clasificamos por ingresos a la población de cualquier país en cinco quintiles, siempre tendremos un 20% de pobres.
Me parece que cuando se habla de terminar con la pobreza en realidad se habla de terminar con la pobreza extrema, lo que en Argentina se conoce como indigencia. El inconveniente que yo noto es que, lamentablemente para los autores de la ley, afortunadamente para el resto de Québec, la pobreza extrema sencillamente no existe en la provincia (ni en Canadá).
La gran pregunta entonces es para qué sirven estas iniciativas. Cada día me convenzo más de que tienen un objetivo doble. Por un lado, funcionan como una especie de catarsis colectiva para expirar la culpa que genera el éxito. Y por otro, yendo más a lo terrenal y mundano, sirven para justificar una chorrera de agencias gubernamentales, programas sociales, subsidios, comisiones, ONGs, organismos públicos y privados de todo tipo, centros de investigación y demás con miles de millones de dólares de presupuesto y decenas de miles de empleados.
Lo más interesante de todo es notar que, en los hechos, cuando alguien habla de terminar con la pobreza, lo que quiere decir en realidad es que terminará con la riqueza.
Si sabremos de destruir riquezas los argentinos...
ReplyDeleteEn los países avanzados, la pobreza se ha convertido en nada más que envidia por un iPhone o dos automóviles.
ReplyDelete