Vanguardia

En los primeros años de la década del 70, el dueño de la zapatería preferida de mi madre abrió una nueva sucursal muy petitera en un local de la galería más en boga del centro de la ciudad (para los que son más jóvenes, les cuento que las galerías fueron hasta los 80s lo que los “shoppings” a partir de los 90s).

Este señor invitó a sus mejores clientas a la inauguración y no me acuerdo bien por qué mi señora madre terminó llevándonos a nosotros también. Hoy diríamos que el local era un excelente ejemplo de “paleofuturismo” o “retrofuturismo”. La decoración representaba el futuro de la década del 70, con plástico y colores chillones por todos lados. Me acuerdo que las sillas eran de acrílico rojo moldeado, con bordes blancos, la alfombra de color naranja chillón y en una de las paredes había un mural de la superficie de la luna.

Pero lo que más me quedó grabado fue que el dueño tenía en su escritorio un “ericofon” color naranja, uno de esos teléfonos futuristas de plástico de colores con el disco para marcar en la base. Estamos hablando de los primeros años de los 70, cuando el 90% de los teléfonos del país eran los negros de baquelita de la década del 50. No tengo ni idea de dónde lo habría sacado, pero para mí era un indicio más de que seguramente iba a cursar la secundaria en una base lunar y hacer el servicio militar en una colonia en Marte.

Me acordé del evento porque hace unos días vi Third From the Sun, el capítulo de 1960 de la Dimensión Desconocida sobre las dos familias que escapan en una nave espacial para evitar una guerra nuclear, en el que casualmente, para dar un toque futurista al decorado, uno de los protagonistas habla por teléfono con el mismo modelo de aparato.