Soñar no cuesta nada

Durante los 90, cuando estábamos mal y no teníamos dignidad, estaba convencido de que el efecto docente de las hiperinflaciones de 1989 – 90 era permanente y que los argentinos habían finalmente aprendido la lección, logrando un piso mínimo de racionalidad para la administración del país. De más está decir que me equivoqué de cabo a rabo. El revanchismo es más fuerte.

En esos años me entretenía imaginando escenarios alternativos sobre el país. ¿Qué hubiera pasado si las reformas para modernizar al país se hubieran dado a principios de los 80 en lugar de principios de los 90? ¿Cómo sería el país si nunca se hubiera llegado a los niveles de socialismo nacionalista a los que se llegó con Perón et al? Etc.

En el plano de los deseos, me encantaría que Argentina se parezca a Canadá, Australia o Nueva Zelanda (no conozco estos dos últimos países pero los imagino muy al estilo Gancia batido canadiense), como pintaba a principios del siglo XX, cuando para todos los fines prácticos Argentina era un miembro más del Commonwealth británico.

Por supuesto que lo mío es un delirio. Argentina nunca fue un país anglosajón.

Sigo pensado que de haber hecho relativamente bien las cosas, muy probablemente Argentina tendría un nivel de desarrollo comparable al del sur de Italia, su madre patria cultural, como era el caso hasta fines de la década del 60.

Estamos hablando de un ingreso promedio por habitante de unos 35 mil dólares (el de Italia es de 38 mil, pero el sur es un poco más pobre) contra uno actual que debe andar por los 5 mil dólares, con toda la furia y dibujos de estadísticas.