Agustín Monteverde nos recuerda que esto puede haber terminado catastróficamente mal cada vez que se intentó, pero esta vez seguro que sale bien:
Los Kirchner tendrán esa plata que les faltaba para seguir comprando voluntades y doblegando oponentes de cartulina. Los caudillos provinciales salvarán sus deficientes administraciones. Pero esta vez el salvavidas será de plomo.
Examinemos el panorama. A una credibilidad hecha añicos, a un sistema de reglas de juego perverso cuya única norma inmutable es «el Gobierno siempre tiene la razón», se le agrega ahora la nefasta realidad de un Banco Central -y consiguientemente, un sistema financiero- esclavo de las necesidades fiscales del Ejecutivo. Esto ya pasó: ¿acaso en los tiempos de Alfonsín no se había nacionalizado de hecho el íntegro sistema bancario, haciendo que los ahorristas -por supuesto, sin que ellos lo autorizaran ni tan siquiera conocieran- solventaran con sus depósitos el gasto y los sueldos estatales?
Pero también sabemos cómo terminó. Con un sistema quebrado y un inevitable plan Bonex que blanqueó la realidad de bancos vaciados en favor del Tesoro estatal.
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