A raíz de las declaraciones de un ex premier del Parti Québécois, se volvió a instalar el debate sobre los aranceles universitarios en la provincia.
En Québec, las cuotas de las universidades que reciben subsidios del estado (es decir, todas) están congeladas desde mediados de los 90 en niveles absurdamente bajos. Para que se den una idea, para un residente de la provincia, un título de grado en la Universidad McGill, una de las 10 - 15 mejores del mundo, cuesta menos de 4000 dólares por año (por lo que leí, la universidad recientemente decidió dejar de recibir subsidios y aumentar los aranceles).
La provincia de Québec tiene uno de los aranceles universitarios más bajos y uno de los sistemas de préstamos y becas más generosos del país y, al mismo tiempo, tiene una de las tasas de estudios superiores más bajas de Canadá. Algo no cierra.
Los chicos no van a la universidad por varios motivos. Culturalmente, para muchas familias la educación universitaria no es una prioridad. También tiene mucho que ver la estructura impositiva de la provincia, que funciona como un tremendo desincentivo para la educación superior. Muchos consideran – con toda razón - que no se justifica el tiempo, el esfuerzo y la deuda de ir a la universidad para después ganar algunos dólares más por hora que alguien con un título técnico de dos o tres años en preuniversitario.
La conclusión a la que llegan muchos por acá aplica perfectamente a la Argentina de las universidades “gratis”: las políticas que mantienen los aranceles artificialmente bajos sólo consiguen devaluar la educación universitaria.
El consenso parece ser que llegó el momento de que los aranceles reflejen en mayor medida los costos de ir a la universidad, las carreras que demandan una mayor inversión por alumno (por ejemplo, veterinaria, medicina) deben costar más que las que demandan una menor inversión (por ejemplo, sociología).
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