Para que se den una idea de cómo funcionan estos grandes sistemas mal llamados “de bienestar”, que no son otra cosa que clientelismo puro y duro, peso pesado.
Una vez que empiezan a funcionar y la gente se hace adicta a lo “gratis” (es decir, a que otros paguen sus costos), no los sacan nunca más.
En privado, todos los políticos saben perfectamente que el sistema es un desastre e imposible de financiar. Pero también saben que cualquier intento por reformarlo equivale a suicidio político.
Todo el debate se reduce a encontrar nuevas maneras (es decir, aumentos de impuestos) para tratar de seguir financiándolo un tiempo más, con la vaga esperanza de que el desastre final le toque a algún gobierno que venga después, de otro partido.
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