Yo no lo tomo tanto como un tema de “oligarquías” (me suena demasiado trillado y antiguo) sino de incentivos.
Las intenciones son irrelevantes. Los mismos malvados y mezquinos “empresarios” kirchneristas, que no invierten un peso sin mercados cautivos y subsidios masivos, son los que, sometidos a la competencia y la apertura, en la década anterior no les quedaba más remedio que satisfacer las necesidades de sus clientes o vender sus empresas.
No creo sorprender a nadie al decir que los sistemas corporativistas prebendarios desvirtúan a la democracia liberal y logran que la sociedad se organice en corporaciones que luchan por quedarse con una tajada más grande de una torta cada vez más chica. Es una apuesta ganadora por la miseria y el atraso.
La única salida de este esquema es pasar a un sistema de igualdad ante la ley sin prebendas sectoriales de ningún tipo. Reglas claras, transparentes y, sobre todo, iguales para todo el mundo.
Las sociedades exitosas se basan en el mérito, en las sociedades a las que les va como a la argentina el éxito personal tiene que ver con las buenas relaciones con algún funcionario:
Ha sido la tercera oligarquía la que se ha llevado puestas las esperanzas del país y de sus ciudadanos, y construido un sistema de mérito social basado en el demérito individual; una suerte de filtro al revés que hace que los más corruptos, autoritarios y obsecuentes sean los únicos capaces de ascender la escalera del poder real. Ya no se aplica lo de “lo mismo un burro que un gran profesor”. Lamentablemente, ahora son los burros casi los únicos que prosperan. Cuando la tercera oligarquía sostiene que los intereses corporativos se oponen al desarrollo nacional y que “el problema del país son los ricos” dice la mitad de la verdad, ya que omite que se trata de sus propios intereses corporativos y que aquellos ricos que constituyen el principal problema nacional militan en sus propias filas.
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