Pregunten a amigos, conocidos, compañeros de trabajo y parentela, sin discriminar por nivel educativo, orientación política ni nivel social, a qué país o países les gustaría que se parezca Argentina.
Van a ver que la gran mayoría se vuelca por España, Australia, Francia, Nueva Zelanda, Canadá u otro país de nivel de desarrollo comparable. Los contados con los dedos de una mano que salgan con algún país como Venezuela, Cuba o Irán lo harán más por ignorancia o despecho, por hacerse los rebeldes de confitería, que por otra cosa.
¿Qué tiene en común el primer grupo de países, el que incluye a los más prósperos y de mayor calidad de vida del mundo? Más allá de ser democracias republicanas y economías de mercado, en las que campea el estado de derecho, son las sociedades más libres y más abiertas e integradas al mundo.
Si la idea es que Argentina salga del círculo vicioso de la miseria y del atraso y se sume al pelotón de los países más prósperos del planeta, apostar por el quiosqueo, por el pobrismo, por un país de batón y chancletas, cada vez más chico, más pichulero, más aislado, más cerrado al mundo es claramente un contrasentido.
No dejes afuera a Corea del Norte
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