Cotidianamente tengo la oportunidad de interactuar con amigos y conocidos que están afiliados a obras sociales sindicales; más de una vez nos hemos trenzado en la discusión prepaga/obra social, en términos de eficiencia y eficacia, y cuyas diferencias emergen contundentemente en las salas de espera o en los mostradores…cada vez que requieren atención médica o farmacológica, estos afiliados son sometidos a las humillaciones propias de un sistema vetusto –proveyendo medicamentos adulterados y realizando fantásticos movimientos de guita para saciar a su secretario general-, con prestaciones acotadas e insuficientes hasta para un tratamiento no invasivo; servicios que más de las veces, están interrumpidos por ‘por falta de pago de los sindicatos a los prestadores’.
Cualquiera podría suponer que el afiliado se inflama de disgusto o reclama a viva voz que se le reconozcan sus derechos, quizá en el momento hará catarsis, pero no; acepta tácitamente que la obra social es una porquería y que muchas veces el sistema lo deja en banda a él y a los suyos. A cambio, celebra y alienta que esa misma organización le asegure una plaza vacacional en el hotel sindical de la costa o las sierras –con transporte y media pensión incluida; o un crédito de intereses usurarios para acceder a cualquier objeto suntuario, más de las veces por encima de su propia supervivencia; o bien, a la hora de ‘hablar de salarios’, que el gremio lo ensarte al ‘patrón’.
¿A quién puede interesarle entonces, este nuevo atropello? ¿A la sociedad?
No puedo soslayar mi pertenencia a ‘esta’ sociedad, pero hago un esfuerzo permanente para no caer en la abulia y la superficialidad de la mayoría. Este tipo de medidas es asimilada por la gente porque es lo que busca; se conforma –en el cada vez mas agudo resentimiento- con saber que esto los jode a otros, a los que siguen intentando a progresar (¡que mala palabra!) a través del esfuerzo personal y la iniciativa individual; simplemente el argento promedio no mide si hay algo mejor, ni busca lo más bueno o lo conveniente, se aferra a la consigna: ‘quedate tranquilo que el mundo es nuestro, te damos porque te lo merecés, no es necesario que te lo ganes’.
¿A los ‘ámbitos’ de representación institucional?
Anteayer me desayuné con la declaración de dos legisladores, uno oficialista y otro opositor. Ninguno supo decir en qué consiste realmente la ley, pero ambos adelantaron su voto afirmativo; uno, respondiendo mecánicamente que la misma ‘profundiza el modelo de redistribución de la riqueza’, lo cual me lleva a pensar que el ‘negociado de los troqueles’ y la precariedad del sistema de salud forma parte de dicha doctrina.
Para el otro, esta ley constituye un ‘elemento propicio para establecer márgenes de acción en las empresas que tienen cautivo al usuario’…justo cuando se llenan la boca hablando de la pérdida gradual de las libertades de los argentinos. Los dos admiten que pueden llegar a votar un verdadero mamarracho…pero son ‘tiempos electorales’ y probablemente ‘más adelante se puede mejorar’.
Cuando esta ley sea aprobada y puesta en vigencia, tal vez la gran mayoría se sentirá satisfecha; al igual que cuando la confiscación de los fondos previsionales, mucha gente creerá que con esto ‘se ha vuelto a recuperar la dignidad’. Probablemente, mis amigos y conocidos afiliados estarán más reconfortados por saber que yo –como tantos otros afiliados a cualquier prepaga, ya ‘no tengo coronita’, aunque ellos descubran tiempo después que su obra social los siga enhebrando, pero ya como absolutos ‘sujetos protagonistas del modelo’.
Me pregunto cuándo será el momento en que ‘la gente’ comience a darse cuenta y conciba críticamente lo que incuba y germina como idiosincrasia; me temo que este es otro capítulo más en donde se ha perdido esa posibilidad.
Francisco
(Viene de acá)
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