Uno de los criterios básicos universalmente aceptado por los lingüistas de cualquier lengua es el de la economía y simplificación. Es decir, lograr la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible que equivale a no decir en cuatro palabras lo que se puede decir en dos. Por ello, cuando digo: los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales, no quedan excluidas las mujeres, pese a lo que opinen las feministas.
Lamentablemente, la política populista se ha metido en la lengua española a tal extremo de demagogia que el PSOE, y sus adláteres progres, han incurrido en completos desatinos con tal de satisfacer a las minorías militantes ante la indiferencia, o complicidad vergonzante, de otros partidos políticos.
Los ejemplos más evidentes están representados por el abandono del genérico masculino plural y la mal llamada violencia de género. Los genios sociatas no percibieron que el empleo de la oposición de géneros permite destacar diferencias concretas como, por ejemplo, poder señalar “que la proporción de alumnos y alumnas se ha modificado”. Por el contrario, su uso indiscriminado por razones de politiquería termina empobreciendo el idioma llenándolo de palabras innecesarias y, en algunos casos, planteando situaciones ridículas ya que me imagino a un Felipe González gritando: “Haced callar a esos putos chavales y putas chavalas que me están enloqueciendo”, cuando los gritos de los nietos jugando en su mansión de Sevilla le interrumpen la siesta.
Además, los políticos progres en España atrasan y arremetieron contra el patrimonio cultural histórico español. Hubo una iniciativa, felizmente frustrada porque aún en el PSOE todavía queda gente con sentido común, de reescribir las obras de varios autores del Siglo de Oro para eliminar el lenguaje machista, racista o políticamente incorrecto que tales obras pudieran contener.
Arturo Pérez Reverte, hizo una sátira del inicio del Quijote que les transcribo:
“Tanto es así, que va siendo hora de plantearse, también, una revisión del Quijote -para machista y antiguo, Cervantes- adecuada a la cosa: «En un lugar de la nación de Castilla-La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo, aunque lo mismo podía haberse tratado de una hidalga, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín o rocina flaco o flaca y galgo o galga corredor o corredora. Una olla de algo más vaca o toro que carnero o carnera (véase bueyas), salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino o palomina de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...».”
Se imaginan un Fuenteovejuna políticamente correcto: “Todos y todas a uno y a una, Fuenteovejuna.”
Así, lectores y lectoras, el español y la española ha mutado en una lengua que, hablada por casi 400 millones de personas, y pese a la existencia de la RAE y de 21 Academias de Lengua de América y de Filipinas (sí, hay una academia filipina) hermanas, ha sufrido cambios impulsados desde la demagogia barata.
Lamentablemente, la política populista se ha metido en la lengua española a tal extremo de demagogia que el PSOE, y sus adláteres progres, han incurrido en completos desatinos con tal de satisfacer a las minorías militantes ante la indiferencia, o complicidad vergonzante, de otros partidos políticos.
Los ejemplos más evidentes están representados por el abandono del genérico masculino plural y la mal llamada violencia de género. Los genios sociatas no percibieron que el empleo de la oposición de géneros permite destacar diferencias concretas como, por ejemplo, poder señalar “que la proporción de alumnos y alumnas se ha modificado”. Por el contrario, su uso indiscriminado por razones de politiquería termina empobreciendo el idioma llenándolo de palabras innecesarias y, en algunos casos, planteando situaciones ridículas ya que me imagino a un Felipe González gritando: “Haced callar a esos putos chavales y putas chavalas que me están enloqueciendo”, cuando los gritos de los nietos jugando en su mansión de Sevilla le interrumpen la siesta.
Además, los políticos progres en España atrasan y arremetieron contra el patrimonio cultural histórico español. Hubo una iniciativa, felizmente frustrada porque aún en el PSOE todavía queda gente con sentido común, de reescribir las obras de varios autores del Siglo de Oro para eliminar el lenguaje machista, racista o políticamente incorrecto que tales obras pudieran contener.
Arturo Pérez Reverte, hizo una sátira del inicio del Quijote que les transcribo:
“Tanto es así, que va siendo hora de plantearse, también, una revisión del Quijote -para machista y antiguo, Cervantes- adecuada a la cosa: «En un lugar de la nación de Castilla-La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo, aunque lo mismo podía haberse tratado de una hidalga, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín o rocina flaco o flaca y galgo o galga corredor o corredora. Una olla de algo más vaca o toro que carnero o carnera (véase bueyas), salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino o palomina de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...».”
Se imaginan un Fuenteovejuna políticamente correcto: “Todos y todas a uno y a una, Fuenteovejuna.”
Así, lectores y lectoras, el español y la española ha mutado en una lengua que, hablada por casi 400 millones de personas, y pese a la existencia de la RAE y de 21 Academias de Lengua de América y de Filipinas (sí, hay una academia filipina) hermanas, ha sufrido cambios impulsados desde la demagogia barata.
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