Lo grave de todo este asunto es
que en realidad no se está condenando un delito, sino un pensamiento contrario
al régimen. Pero como la penalización del pensamiento es algo propio de los
regímenes totalitarios, debe recubrirse de una pátina de legitimidad
democrática. Y así, se crea un delito que contradice la base misma de un presunto
Estado de Derecho: el Delito de Opinión y Pensamiento libre. O más simple
todavía: el Delito de Odio. Convertir los sentimientos, los pensamientos, en
delito, es la peor aberración posible para un sistema democrático. Todo queda
reducido no a hechos, objetivos, sino a interpretaciones, subjetivas, y por
tanto se empieza a depender de los criterios, los prejuicios, las ideas y las
opiniones de quienes tienen el poder.
La justicia se dedica entonces a
juzgar por opiniones diferentes, no por delitos probados. Y da igual que
la opinión sea cierta o no: es tratada como un crimen contra la
humanidad.
(...)
Este totalitarismo vestido de
tolerancia, de diálogo entre pueblos y culturas, de antirracismo, no es sino
una dictadura encubierta en la que nadie puede opinar, y quien lo hace, se
arriesga a ser tachado de “incitador al odio”. Los censores totalitarios se
visten con piel de cordero para luchar, en apariencia, contra la intolerancia,
el racismo, la discriminación, el odio. Pero en realidad lo que hacen es
sembrar intolerancia contra la cultura occidental, racismo antiblanco,
discriminación y odio hacia los europeos. En nombre de la multicultura
pretenden destruir la cultura occidental. En nombre del antirracismo son
racistas. En nombre de la no discriminación y no odio discriminan y odian. Y
aunque no deja de ser curiosa su incoherencia es, sobre todo, visible y
evidente.
Por esa razón han creado un Gran
Hermano que vigila atentamente la blogosfera, las redes sociales, las
conversaciones de los bares, las tertulias de la tele o de la radio. Siempre
alertas para que nadie pueda decir la verdad, si no coincide con “su” verdad.
Siempre evitando que nadie les haga ver sus incoherencias, su maldad. Siempre
cuidando que nadie pueda pensar distinto, opinar distinto, escribir distinto.
Se agrupan “contra la intolerancia” o “contra el racismo” o “contra el
fascismo” o cosas por el estilo. Pero les sugiero un nombre que sería mucho más
adecuado para lo que hacen: “Policía para la promoción del multiculturalismo, el
relativismo cultural y la prevención de las disidencias”. De todos modos no
engañan tampoco a nadie ahora. Al menos serían coherentes en algo: en su
nombre.
En nombre de esa prevención de
disidencias se han creado unas leyes que no son sino una forma de control de la
expresión del pensamiento libre, disfrazadas, eso sí, de bondad y derechos
humanos.
Desinformación, bueno pero creo que sigue siendo cara.
ReplyDeleteSe viene haciendo de mitad del siglo pasado o más.