No con un marxista tendrá que vérselas Benedicto XVI. Sí con algo mil veces más enrevesado: con un teócrata de nuevo tipo, con un teócrata ateo, que no reconoce más omnipotencia que la suya propia.Castro vive en la eternidad. No ha tomado nota siquiera del colapso súbito del bloque Soviético, a costa de cuyas subvenciones se mantuvo él durante cuatro décadas. Lo suyo no va de esa administración de lo posible que define la política, toda política. En el límite, la más fiel imagen de sí mismo que haya dado jamás Castro es el soberbio disparate que le suelta a un Sartre entre admirativo y horrorizado: «Si un pueblo pide la luna, su dirigente político debe darle la luna». Al cabo, el alzado brutal de los sueños utópicos genera sólo pesadillas totalitarias. No trajo luna alguna para los cubanos. Pero sí, una lunática vida zombi sobre la cual sobrevivir apenas en los modos más siniestros.
Mar 28, 2012
En la luna de Fidel.
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De terror.
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