Fuera de joda, piensen en la cantidad de puestos de trabajo que crearían si desactivaran las centrales telefónicas automáticas y volvieran a las manuales, con las chicas sentadas conectando clavijas en consolas de madera aglomerada.
Hoy, después de enterarme que el gobierno había decidido unilateralmente y a costa mía la expropiación de la principal empresa petrolera del país, salí a la calle. En el centro de Buenos Aires, Corrientes y Florida. Me encontré con cien personas. Diez de ellas estaban abrazadas, saltando, cantando y tirando papelitos al aire. Eran billetes de dos pesos que ya valen realmente poco. Festejaban impune e inconscientemente la estatización recién anunciada. Otras diez personas, más tranquilas, miraban muy de cerca a las anteriores y sonreían con todos los dientes al sol. Se los veía realmente contentos, sin pensar quien tendría que pagar la fiesta que compartían. Creían que no iban a ser ellos. En ese momento pasaron quince personas que no dieron muestras de querer ser parte de los festejos, pero se notaba que no estaban enojados y que, al contrario, se sentían satisfechos porque creían cual niños que el país ahora era más rico y poderoso. Segundos más tarde, otros quince siguieron de largo haciendo bestiales esfuerzos para ocultar su apoyo a la expropiación. Sabían que eran parte de la decisión, ésta no los convencía demasiado, pero no estaban dispuestos a mostrar públicamente que sentían un poco de arrepentimiento por haber apoyado semejante brutalidad. Inmediatamente se acercaron cuatro más formando un pequeño grupo de chicos bien vestidos y con mal aspecto. Eran evidentemente funcionarios públicos porque bajo el brazo llevaban proyectos de decretos tiránicos y despóticos que le presentarían al dictador de cada una de las áreas en las que trabajaban con sueldos de gerentes como contraprestación. Al mismo tiempo, en la vereda de enfrente, otro grupo de veinte personas ponía cara de enojo y miraba el piso. Conversaban entre ellos queriendo demostrar su ira. Ellos nunca apoyarían estos métodos, decían. Era inaceptable que un gobierno expropiara una empresa como si fuera un señor feudal. Pero sin quererlo festejaban en silencio la etérea soberanía invocada como justificación, porque cada uno en su interior sostenía que un país que se precie de tal debe tener petróleo propio. ¿Propio de quién? No importa, el petróleo es de interés nacional ¿qué es el interés nacional? ¿Seré yo? No, claro que no, yo soy uno de los que paga. Ya llegando al final encontré otras veinte personas conversando sobre indiferencias de la vida. El partido de fútbol del domingo, los gritos del jefe, el sandwich del mediodía y la modelo de la televisión. Nunca serían parte de la decisión del gobierno, ni de ninguna decisión, ni de ningún gobierno. No les importaba nada. Eran abstemios políticos. Por último, una vez que pasaron las noventa y cuatro personas de las que les hablé, quedamos seis formando una especie de ronda. Éramos tres hombres y tres mujeres. Estábamos mirándonos a los ojos, casi llorando, con caras largas y angustiosas. Sabíamos cuáles eran las consecuencias de tanta locura. Sabíamos que las pagaríamos, antes o después. Sabíamos que la irracionalidad no es sostenible y que el largo plazo es dentro de veinte años, no de quince minutos. Sabíamos que con la puesta en escena del día de hoy se estaba endeudando nuestro futuro, el de nuestros hijos y seguramente el de nuestros nietos. Sabíamos muchas cosas, pero a nadie más le interesaba. Cincuenta y cuatro festejaban. Cuarenta eran casi indiferentes. Seis nos preocupamos. Teníamos que seguir trabajando, desarmamos la ronda. Nos saludamos con un abrazo conspirador y soñamos con abandonar el barco, pero no lo hicimos. Cada uno se fue para su lado a buscar algún calmante que le permitiera ver un poco de luz. No sé que hicieron los otros cinco, yo escribí esto.
Nacho, brillante el concepto, pero pecás de optimista, Contaste bien ? Seguro eran 6 ?
Sobre las centrales telefónicas, no es una idea nueva. En 1990, visitando La Casa del Buen Retiro, detrás del Prado para ver el Guernica, compro 2 tickets en una máquina automática de expendio, y cuando me dirijo con las tarjetas al molinete para el ingreso, una señora - idéntica a Gasalla, , o al menos me trajo esa imagen - toma los tickets, los pasa por el lector y me los devuelve. Consulto a unos españoles que ingresaron conmigo el porque de ese rídiculo proceder - aclaro hacía 35 días que venía recorreindo Europa y había desconectado el chip argento - la respuesta es que eran medidas del gobierno del PSOE para contrarestar el paro.
Call Center a clavijas, que distancia hay a la botella de vidrio de Coca Cola ?
no se olviden del GAS
ReplyDeletepor favor darle esta info a la ESTUPIDA
ECOGAS=Italia/España
CAMUZZI=Dinamarca
GASNEA=Francia
GASNATURAL=España
GASNOR=Chile/Brasil
METROGAS=Gran Bretaña/España
LITORALGAS=Belgica/Italia
"Somos el único país que no maneja sus recursos"
Uy, se equivocó, el estetoscopio no va ahí.
ReplyDeletey con eso nos ponemos toda la Union Europea en el bolsillo
ReplyDeleteHubo cincuenta y cuatro festejos
ReplyDeleteHoy, después de enterarme que el gobierno había decidido unilateralmente y a costa mía la expropiación de la principal empresa petrolera del país, salí a la calle. En el centro de Buenos Aires, Corrientes y Florida.
Me encontré con cien personas.
Diez de ellas estaban abrazadas, saltando, cantando y tirando papelitos al aire. Eran billetes de dos pesos que ya valen realmente poco. Festejaban impune e inconscientemente la estatización recién anunciada.
Otras diez personas, más tranquilas, miraban muy de cerca a las anteriores y sonreían con todos los dientes al sol. Se los veía realmente contentos, sin pensar quien tendría que pagar la fiesta que compartían. Creían que no iban a ser ellos.
En ese momento pasaron quince personas que no dieron muestras de querer ser parte de los festejos, pero se notaba que no estaban enojados y que, al contrario, se sentían satisfechos porque creían cual niños que el país ahora era más rico y poderoso.
Segundos más tarde, otros quince siguieron de largo haciendo bestiales esfuerzos para ocultar su apoyo a la expropiación. Sabían que eran parte de la decisión, ésta no los convencía demasiado, pero no estaban dispuestos a mostrar públicamente que sentían un poco de arrepentimiento por haber apoyado semejante brutalidad.
Inmediatamente se acercaron cuatro más formando un pequeño grupo de chicos bien vestidos y con mal aspecto. Eran evidentemente funcionarios públicos porque bajo el brazo llevaban proyectos de decretos tiránicos y despóticos que le presentarían al dictador de cada una de las áreas en las que trabajaban con sueldos de gerentes como contraprestación.
Al mismo tiempo, en la vereda de enfrente, otro grupo de veinte personas ponía cara de enojo y miraba el piso. Conversaban entre ellos queriendo demostrar su ira. Ellos nunca apoyarían estos métodos, decían. Era inaceptable que un gobierno expropiara una empresa como si fuera un señor feudal. Pero sin quererlo festejaban en silencio la etérea soberanía invocada como justificación, porque cada uno en su interior sostenía que un país que se precie de tal debe tener petróleo propio. ¿Propio de quién? No importa, el petróleo es de interés nacional ¿qué es el interés nacional? ¿Seré yo? No, claro que no, yo soy uno de los que paga.
Ya llegando al final encontré otras veinte personas conversando sobre indiferencias de la vida. El partido de fútbol del domingo, los gritos del jefe, el sandwich del mediodía y la modelo de la televisión. Nunca serían parte de la decisión del gobierno, ni de ninguna decisión, ni de ningún gobierno. No les importaba nada. Eran abstemios políticos.
Por último, una vez que pasaron las noventa y cuatro personas de las que les hablé, quedamos seis formando una especie de ronda. Éramos tres hombres y tres mujeres. Estábamos mirándonos a los ojos, casi llorando, con caras largas y angustiosas. Sabíamos cuáles eran las consecuencias de tanta locura. Sabíamos que las pagaríamos, antes o después. Sabíamos que la irracionalidad no es sostenible y que el largo plazo es dentro de veinte años, no de quince minutos. Sabíamos que con la puesta en escena del día de hoy se estaba endeudando nuestro futuro, el de nuestros hijos y seguramente el de nuestros nietos. Sabíamos muchas cosas, pero a nadie más le interesaba. Cincuenta y cuatro festejaban. Cuarenta eran casi indiferentes. Seis nos preocupamos.
Teníamos que seguir trabajando, desarmamos la ronda. Nos saludamos con un abrazo conspirador y soñamos con abandonar el barco, pero no lo hicimos. Cada uno se fue para su lado a buscar algún calmante que le permitiera ver un poco de luz. No sé que hicieron los otros cinco, yo escribí esto.
Excelente.
DeleteBlas
Nacho, brillante el concepto, pero pecás de optimista, Contaste bien ? Seguro eran 6 ?
ReplyDeleteSobre las centrales telefónicas, no es una idea nueva. En 1990, visitando La Casa del Buen Retiro, detrás del Prado para ver el Guernica, compro 2 tickets en una máquina automática de expendio, y cuando me dirijo con las tarjetas al molinete para el ingreso, una señora - idéntica a Gasalla, , o al menos me trajo esa imagen - toma los tickets, los pasa por el lector y me los devuelve.
Consulto a unos españoles que ingresaron conmigo el porque de ese rídiculo proceder - aclaro hacía 35 días que venía recorreindo Europa y había desconectado el chip argento - la respuesta es que eran medidas del gobierno del PSOE para contrarestar el paro.
Call Center a clavijas, que distancia hay a la botella de vidrio de Coca Cola ?