(De Gustavo VF, escrito en 2003, lo voy a colgar en varias partes por su extensión. Va la tercera [la segunda acá]).
Los nacionalismos
La idea fundamental, el concepto creador de la Argentina como nación fue un deseo de la Ilustración, no de los indígenas ni de los posteriores mestizajes como el gaucho. Queda claro, al menos que tergiversemos burdamente las evidencias históricas, que las ideas que conjuraron los acontecimientos de Mayo, y sobre todo los altos ideales liberales de los Constituyentes de 1853 sólo podían fundarse en contra de los indios. Nada pues les debe la nación a quienes, bien entrado el siglo XIX, desconocían la rueda.
Sin embargo, consumado el proceso de emancipación de España, en la Argentina, como en el resto de los países latinoamericanos, se produjo a pesar de la instauración de los nuevos paradigmas libertarios de Francia y EE.UU., un hiato social que soterrado a veces, o explícitamente sangriento en otras, socavó las bases mismas del proyecto republicano ideado principalmente por intelectuales cosmopolitas de Buenos Aires. Esa escisión fue producida sanguinariamente por los retrógrados caudillos provinciales, incapaces de frenar su inercia feudalista heredada de España, y sostenidos en una perversa complicidad (he aquí el nacimiento del núcleo patológico social) con los aborígenes y gauchos, afines en definitiva, por mandato ancestral, a la vida prebendaria. Con esos espurios intereses y en su afán de homogeneizar el entramado social, nacieron los nacionalismos populistas, que intentaron inmediatamente llegados los contingentes europeos, ensalzar las costumbres de los pueblos nativos para ponerlos como patrón general de identidad nacional.
“...Pedir, mentir y saquear”
Félix Luna transcribe en su famoso Soy Roca (Cap. III, pag. 97 a 100) las palabras que, acerca de los indios y su situación, Julio A. Roca vertió en documentos oficiales, cartas particulares y artículos periodísticos. En ellos es posible hallar un cuadro socio-cultural que revela en toda su magnitud la eterna problemática sarmientina aún vigente hoy: civilización o barbarie.
“...lo digo desde ahora sin ningún ambage: los indios siempre me fueron aborrecibles. En esto no coincido con mi amigo Mansilla, que en su famoso libro los describe como gente pintoresca, y relata su excursión como un divertido pic-nic. A mí nunca me resultaron simpáticos ni soportables: no como individuos sino como realidad social. Pude alguna vez haberme reído de sus picardías, sus infinitas mañas para conseguir lo que querían; pude admirar sus artes bélicas y su asombrosa destreza para manejar el caballo. Pero como pueblo, me parecieron dignos del más total desprecio.”
“Por varias razones. En primer lugar, porque no puedo comprender cómo, después de tres siglos de contacto con la civilización, pudieron no aprovechar de ella nada que no fuera lo peor: el alcohol, el vicio del juego, las enfermedades venéreas, las artes del engaño. Los indios de aquí no eran como los de México, por ejemplo, que aprendieron a trabajar y adoptaron la religión del blanco y sus costumbres. Ni siquiera se parecían a los coyas de Salta o Jujuy. Los de la pampa jamás cumplieron una actividad productiva. Nunca sembraron un marlo de maíz ni plantaron un árbol ni criaron una vaca. Sólo vivían del saqueo y de las limosnas que arrancaban a los gobiernos. Rosas fue el gran culpable de una política basada en el soborno permanente; yo mismo me he avergonzado de tener que enviarles yeguas y ‘vicios’ que cobraban periódicamente como si fueran tributos –lo eran- que paga un siervo a su señor para que lo deje tranquilo...”
“También los he aborrecido porque los indios de mi tiempo no eran los que tuvieron que enfrentar tantas veces los españoles y el mismo Rosas. En esos lejanos tiempos constituían un pueblo salvaje, es cierto, pero con rasgos y características propias, definidas. Los que yo ví eran, en cambio, el producto híbrido de la frontera, mestizos degradados que intentaban imitar a los cristianos y sólo lograban un grotesco remedo. Hasta los nombres de sus capitanejos –Mariano Rosas, Baigorrita, etc.- demuestran la degeneración de aquella raza que nada tenía que ver ya con los nobles araucanos cantados por Ercilla. Los de ahora sólo sabían pedir, mentir y saquear.”
“Sobre todo los odiaba porque esas tribus miserables nos impedían ocupar de manera efectiva las tierras al sur del río Negro, y más allá, la Patagonia. La presencia aborigen era como un velo que oscurecía nuestro conocimiento de aquel inmenso territorio: para los argentinos, la Patagonia era tan desconocida como el Tíbet. No podríamos ocuparla nunca mientras se interpusieran entre esas comarcas y la tierra de los cristianos, esas tolderías inmundas que formaban una cortina de cuero contra la cual nuestras armas nada podían. Podían, lo demostré después, pero en ese momento estaba vedado avanzar porque en Buenos Aires temían que se desencadenara un alzamiento general. Nosotros estudiábamos cuidadosamente la realidad de los indígenas; teníamos nuestros espías, observábamos sus poblaciones y sus movimientos. Estábamos seguros, después de 1872, que en total no podrían levantar más de cuatro o cinco mil lanzas. Contra esa chusma nuestro ejército no podía hacer nada porque estaba atado de pies y manos...”
“Creo, a veces, que no se trataba solamente de un criterio equivocado: sospecho que había negotium en el mantenimiento de esa ambigua situación donde las vacas robadas y el comercio de los productos que mercaban los indios (plumas de avestruz, pieles y otras lindezas) jugaban algún papel entre la gente de la frontera, esa línea profundamente corrompida que manchaba la faz del territorio argentino. Y es que los indios, lo quisieran o no, corrompían todo lo que les estaba cercano. El sistema de subsidios era un latrocinio permanente, y se filtraban muchos patacones en los negocios de los bolicheros y proveedores del sufrido personal de los fortines que a su vez estaba esquilmado en sus sueldos por lo habilitados. No acuso a nadie, pero intuyo que existían intereses que no tenían ningún deseo de que concluyera el sistema inmoral y derrochador que era la base de nuestra política con los indios en aquellos años.”
“En la indolencia, que era la principal característica de esa chusma, tuvo mucho que ver el descubrimiento que hicieron del caballo. Si alguna vez existió una posibilidad de asimilación del indio a una vida menos inútil, ella desapareció en el momento que advirtieron que el temible cuadrúpedo al que creían un solo cuerpo con el español, era un animal domesticable, montable, manejable. El caballo les permitió desplazarse con rapidez, atacar y desaparecer, arrear el ganado robado; fue el centro de su vida, su pasión, su orgullo. El librito de versos que escribió hace años José Hernández y que yo no he leído pero conozco por mentas, describe muy bien, según me dicen, lo que era el caballo para los indios del sur.”
“El caballo los hizo irrecuperables. Así lo creí siempre, y actué en consecuencia. Su existencia colectiva era un obstáculo para el progreso argentino, y no actué en una forma distinta a la de los virreyes españoles, los gobiernos patrios, Rosas o Mitre. Pero como concluí drástica y definitivamente con el problema, me echarán la culpa de haberlos exterminado. ¡Pobrecitos! En 1871 nos atacaron a lo largo de toda la frontera, desde el sur de Mendoza hasta Carmen de Patagones. En marzo de 1872, Calfucurá devastó con 6000 lanceros los pueblos de Veinticinco de Mayo, Alvear y Nueve de Julio; menos mal que el general Rivas los batió en San Carlos, de otro modo hubieran llegado hasta Chivilcoy. Desde entonces estaban a la defensiva, y la desaparición de Calfucurá, a mediados de 1873, desarticuló por un tiempo la temible confederación pampa que había regido. Pero allí estaban, listos para volver, misturados a veces en nuestras propias luchas. ¡Pobres salvajes! Quisiera ver a esos jueces del futuro frente a las estancias arrasadas, los pueblos incendiados, las cautivas arrebatadas a sus familias, las riquezas destruidas... quisiera verlos frente a esos repugnantes ejemplares de la especie humana, sucios, perezosos, carentes de la menor noción del honor o la verdad. Había que barrerlos. No exterminarlos, si fuera posible, pero barrerlos, como se hace con la basura. A los que se quedaran y se sometieran, alguna vez les mandaríamos curas, comisarios y maestros para que pudieran ser útiles a ellos mismos y a la sociedad.”
Y continúa Roca en la pluma de Félix Luna:
(...) “En un momento en que la gente emprendedora pedía tierras para explotar, ¿cómo íbamos a detenernos porque unos roñosos nómades merodeaban por praderas que no sabían ni querían fecundar? Ningún país en expansión abdica de la posibilidad de incorporar espacios vacíos a su territorio: así habían hecho los Estados Unidos con su Oeste y la Rusia con su Siberia. ¿Es que nosotros podíamos sentirnos inferiores a los yanquis o los rusos?”
¿Cuesta comparar esta descripción con la que podríamos hacer hoy de las hordas piqueteras extorsionando o saqueando bajo el mando de caciquejos provinciales peronistas? ¿Cuesta imaginar que esa continuidad histórica en la coacción mística al modo de los Karaí es el sostén perpetuo de esos caudillos nacional-populistas, que otorgan los beneficios de un Estado-Providencia para mantener clientelísticamente a sus improductivas hordas de “cazadores-recolectores”? Hordas que, como sus antepasados en los montes, atraviesan hoy la ciudad matando y ‘recolectando’, como si fuera de un árbol mágico, lo que la civilización creó y cultivó con denodado esfuerzo. Y si recordamos que el último malón ocurrió en el Chaco en 1918...
Un artículo de José I. García Hamilton publicado en La Nación resulta un conciso resumen histórico de esta patología argentina y latinoamericana, del cual extractaré sus pasajes principales:
“Cuando Simón Bolivar, luego de las batallas de Junín y Ayacucho, avanzó triunfante en 1825 hasta Potosí y Chuquisaca, el mundo europeo interpretó que la culminación de la independencia de las colonias españolas significaba una nueva esperanza para la humanidad.”(...)
“Poco después, sin embargo, Bolívar se consagró presidente vitalicio de Bolivia y Perú”. (...) “Cuando se le objetó que ese método era contrario a la Constitución, respondió que ‘no será legal, pero es popular’(...). “Como había pasado con Iturbide en México, San Martín en Perú y O’Higgins en Chile, a quien Simón llamaba ‘los tres césares americanos’, el propio Bolívar terminó renunciando a su cargo sin haber institucionalizado los países que gobernaba y el continente se fragmentó y siguió sometido por caudillos militares, más absolutistas que los virreyes, que generalizaron el clientelismo y mantuvieron la pobreza general.” (...) “así fue necesario incentivar el surgimiento de una clase burguesa entre súbditos sin tradiciones de libertad y acostumbrados a la búsqueda de rentas a través de monopolios otorgados por la corona.” (...)
“La Argentina, hasta entonces el territorio más pobre y despoblado del hemisferio, dictó en 1853 su Constitución Nacional para establecer un Estado de derecho con sanos principios: división de poderes, vigencia de la autonomía individual y de la propiedad privada, igualdad, libertad de cultos y fomento de la inmigración. Contrariando el estatismo económico colonial, el Estado propició solamente una infraestructura de puertos, ferrocarriles, correos, telégrafos y aguas corrientes, y dejó el grueso de la producción en manos de los particulares. La educación pública gratuita y obligatoria, aprobada en 1884 y volcada sobre un intenso flujo de inmigrantes provenientes de Italia y España, y la complementación comercial con Inglaterra y cultural con Francia, le dieron al país un matiz europeo que se expresó también en la renovada arquitectura de las ciudades y en magníficos edificios como el del Teatro Colón.”
“Después de 1880, Buenos Aires inauguraba su Avenida de Mayo, que competía con los boulevares de París y Madrid y, ya en 1913, la Argentina se colocaba entre los diez primeros países del mundo: nuestro producto bruto per cápita era superior al de Francia y nuestros salarios eran iguales a los de Estados Unidos. Mientras en general la América latina continuaba caracterizada por los despotismos militares y los contrastes entre una minoría opulenta y grandes masas marginadas, nuestra nación se caracterizaba por una clase media laboriosa, mayormente urbana, ilustradas por las escuelas sarmientinas y por universidades que dieron tres premios Nobel en ciencias.”
Y continúa García Hamilton, ahora comentándonos el surgimiento de “nuevos paradigmas”:
“¿Por qué nos ‘latinoamericanizamos’ en el mal sentido de recaer en el atraso, las dictaduras, la marginalidad y la inseguridad cotidiana? Con la Constitución, según las palabras de Alberdi en Las Bases, nos habíamos propuesto crear un modelo de ciudadano caracterizado por ‘la paz y el trabajo’, pero en 1908, con el objetivo de homogeneizar a los hijos de inmigrantes, se estableció una campaña de educación patriótica, basada en las experiencias belicistas de Alemania y Japón, que terminó creando nuevos paradigmas como ‘el militar que muere pobre’ (San Martín y Belgrano, supuestamente, aunque el primero falleció rico y el segundo fue abogado). Otro arquetipo que surgió en la época fue ‘el gaucho pobre que se hizo violento’, como Martín Fierro, glorificado por Leopoldo Lugones como un ser noble, recto, virtuoso, pese a que José Hernández había escrito el poema para mostrar cómo un hombre pacífico y trabajador, llevado por la leva forzosa, se había convertido en un desertor pendenciero y asesino que se va a las tolderías para vivir ‘panza arriba y sin trabajar’.”
Ya J.L.Borges, en un artículo del diario La Prensa del 24/5/76 lo decía:
“Un gran libro, el ‘Martín Fierro’, ha ejercido una mala influencia en este país, pero eso no lo digo por Hernández sino contra el modo de encarnar y cómo se lo ha leído. Creo que un soldado desertor, prófugo, asesino, borracho, provocador, todo eso que fue el ‘Martín Fierro’, son argumentos contra él. Por ese motivo, creo que se ha elegido mal en poner el ‘Martín Fierro’ como libro ejemplar; si hubiéramos elegido al ‘Facundo’ de Sarmiento, donde está planteado el dilema de civilización o barbarie, hubiera sido mejor para el país y nuestra historia hubiera sido distinta.”
Me gustaría entonces agregar aquí a la tesis de G. Hamilton -expresada en varios de sus libros y artículos- de que “el catolicismo fue creando mecanismos psicológicos que nos hacen propensos a las tutelas y nos dificultan el desarrollo” mi idea complementaria expresada anteriormente acerca de un “caldo de cultivo” preexistente en las sociedades aborígenes que facilitaron la perniciosa amalgama de esos mecanismos psicosociales.
Muy bueno!
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