Y no lo digo como apología de la ingeniería social, sino exactamente en sentido contrario.
Si la idea es que desaparezcan los empresarios prebendarios, lo más eficiente no es apelar al patriotismo, su hombría de bien y amplitud de criterio sino terminar de una vez por todas con el corporativismo prebendario como política de estado. Las personas actúan racionalmente según los incentivos y los empresarios argentinos no son una excepción. Muy probablemente esperarán un tiempo para estar seguros de que el estado/gobierno no volverá a las andadas y después se amoldarán a la nueva realidad o buscarán algún otro zoológico para ir de caza.
Lo mismo es cierto con el populismo. Para terminar con los clientes nunca están de más las campañas para tratar de inculcar una ética del trabajo, pero lo más eficiente es terminar de cuajo con el clientelismo como política de estado. Esto no quiere decir que tengan necesariamente que desaparecer todos los programas sociales y/o mecanismos de transferencias de sectores de mayores a menores ingresos, pero sí implica pasar a una forma de organización social con un mayor énfasis en los premios y castigos, en el mérito y el esfuerzo personal.
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