En la Argentina las formas suelen ser mucho más importantes que las cuestiones de fondo. Si se trata de una chica de vida licenciosa, por lo menos que sea discreta; si roba, por lo menos que disimule. Como escuché decir a un prestigioso y rigurosísimo analista de opinión publica de la Universidad Di Tella, si hay corrupción en este gobierno, por lo menos lo disimulan.
De la misma manera, se siguen repitiendo muchos de los errores del pasado, pero cambiando el envase. Los golpes de estado ya no los dan personas de uniforme, con los tanques en las calles. Ahora son “militantes y activistas sociales”, "alzamientos populares” y “saqueos espontáneos”, producto de la “desesperación”, que desaparecen como por arte de magia al día siguiente de cumplido su cometido. Los resultados son los mismos, al final del proceso ocupaba la presidencia el que había perdido las últimas elecciones, poniendo en práctica las mismas políticas que proponía durante su campaña, en gran parte la causa de su derrota electoral en el primer lugar.
Otro tanto pasa con otro de los grandes clásicos populares argentinos: las nacionalizaciones. Ya no se trata de ocupar por la fuerza las instalaciones de empresas privadas y de rimbombantes y fogosas declaraciones. Las formas actuales son el control de los precios y las exigencias de inversión a pérdida. Resultado: las propias empresas que tienen las concesiones de los servicios públicos privatizados en los 90, ya mandaron a pérdida las operaciones y están negociando la salida menos costosa del país.
O, como en el caso de los medios de comunicación, declarar “intocable” a tal o cual sector, hacerse cargo de las deudas, subsidiar el precio del producto y convertirse en el principal cliente. Resultado: para todos los fines prácticos, los medios de comunicación funcionan como los gloriosos ENTEL y Gas del Estado.
Algo similar pasa con lo que queda de la democracia argentina. En papel, todavía se sigue votando periódicamente y las autoridades se eligen por voto popular. En la práctica, desde del golpe de fines del 2001, se viene manipulando el sistema para imponer ciertos candidatos y ciertas políticas. Si no se hubiera convertido la última elección nacional de presidente en una gran interna del partido de gobierno, tal vez hoy tendríamos un país muy diferente.
Por el bien del país, honestamente espero que toda esta aventura termine de la mejor manera posible. Pero debo ser igual de honesto al admitir que me es extremadamente difícil imaginar algún escenario positivo.
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