Iberoamérica: entre la realidad y la voluntad
Por Luis Alberto Lacalle Herrera. Ex presidente de Uruguay/
Con las ineludibles invocaciones a la memoria de Bolívar y sus sueños continentales, se ha celebrado en Cuzco la reunión fundacional de lo que se ha denominado Confederación de Estados de América del Sur. El documento cuenta con la firma de algunos presidentes de las naciones de dicho continente, pero está lejos de haber logrado un consenso sólido entre las naciones involucradas. Las cúpulas presidenciales no reflejan las muy complejas realidades políticas de cada nación. En casos como un tratado de esta magnitud, se requieren además las ratificaciones parlamentarias, cuando no reformas constitucionales y consensos nacionales que deberían haberse buscado antes de la suscripción de esta declaración. Comenzar por debajo, da garantías de solidez a las construcciones que trascienden los gobiernos y los períodos presidenciales.
La integración es un antiguo sueño de las naciones de origen ibérico que poco ha conseguido en el campo de lo real. En esta oportunidad vuelve a recorrerse un camino más empedrado de voluntad que de realidad.
Durante el siglo XX fueron muchos los emprendimientos integracionistas concretos. En 1960 se fundó la ALALC (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio), luego devenida ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración).
También existen el CARICOM, el Pacto Andino, y el MERCOSUR. Todos ellos tienen un antecedente histórico común que es el proceso de integración que Europa ha llevado a cabo desde la posguerra. El éxito de las sucesivas etapas constitutivas de lo que es hoy la Unión Europea, encandiló a las naciones iberoamericanas y las llevó por un camino de imitación que no ha tenido en cuenta las diferentes circunstancias geopolíticas e históricas de uno y otro continente, para fijarse solamente en el resultado y querer obtenerlo por caminos singularmente poco idóneos para ello.
Un simple e ingenuo silogismo llevó a concluir que si Europa prosperaba y se fortalecía por estar integrada, bastaba con obtener la integración en el papel para lograr similar resultado.
Una vez más nuestro continente suramericano recorre un camino regido más por el voluntarismo que por una serena apreciación de la realidad, que es la materia prima indispensable para logros políticos sólidos. Al igual que ocurriera durante el siglo XIX, la influencia de la Revolución Francesa y sus abstracciones, que llevaron a un proceso fundacional de naciones que se compadecía mal con los dictados de la realidad, hoy se incurre en similar error de método y de objetivo.
Ante todo, es preciso señalar que alguno de los tratados de integración que han logrado organizaciones estables, caso de MERCOSUR, respondieron a fines estrictamente económicos y comerciales, sin otra supranacionalidad que la necesaria para instrumentar dichos exclusivos fines.
Es más, apenas se ha mencionado por alguno de los integrantes de esta asociación la voluntad de constituir en su seno un órgano parlamentario regional de elección directa, han surgido discrepancias radicales en cuanto a la pertinencia de dicha decisión. El Gobierno del Uruguay ha señalado que no comparte dicho proyecto por diversas razones históricas y geopolíticas, pero aún antes, porque el tratado de Asunción limita claramente los objetivos del MERCOSUR a lo económico y comercial.
Ha estado notoriamente ausente en las etapas previas a la suscripción del documento de Cuzco el respeto por los tiempos que la historia nos enseña a tener en cuenta. La voluntad ha primado sobre lo posible y lo real. Lo verdaderamente peligroso en esta materia es la generación de expectativas, la siembra de ilusiones colectivas que se partirán en pedazos cuando se advierta que se trata solamente de un documento más. Lo efectivo, quizás tedioso y difícil como es toda la tarea política, sería tratar de consolidar cada una de las organizaciones existentes, hacerlas verdad en el campo del libre comercio, de la confianza económica y de la generación de prosperidad. Tarea más que suficiente para unas cuantas generaciones.
Y después, cuando el tiempo sea propicio, pensar en otros sueños.
Fuente: ABC (España)
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