Relacionado con un post de hace unos días, hoy leo una muy buena columna de Jorge Asís sobre el mito de la sociedad siempre inocente. La historia política de un independiente, un hombre de bien que convalidó la sucesión de catástrofes. Se los recomiendo:
Sostenía, a los 34, que sólo los peronistas podían gobernar la Argentina. Aunque le disgustaban naturalmente los peronistas, en el 89, votó a Menem. Volvió a ganar.
Sin embargo, le avergonzaría después reconocer, que entre 1991 y 1995, en su plenitud desde los 36 a los 40 años, vivió el período más positivo de su vida. Aparte, con el clima de negocios que se había apoderado del país, se las ingenió para hacer sus diferencias. Y por si no bastara, se mudó a un country de Pilar. Y regresó, con frecuencia, a Miami.
Experimentó también una cierta atmósfera de culposidad cultural. Porque le costaba aceptar que con el menemismo le iba bien. Se consolidaba con sus negocios inmobiliarios, aunque ya empezaba a resultarle fascinante el discurso cautivantemente televisivo del Chacho Álvarez. Incluso, de la señora Fernández Meijide.
Debía además escandalizarse con la presencia fuertemente protagónica de la corrupción. Siempre inquilina, en el primer plano, la corrupción, casi un sinónimo instalado de menemismo.
Aunque la palabra menemista se había convertido en un neologismo de descalificación, en el 95, votó igualmente a Menem. Volvió a ganar, a los 40 y sin euforia. Incluso, sin decirlo. Se trataba de un voto secretamente culposo, socialmente discriminatorio.
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